Ciclismo
Alejandro Valverde desvela que sufrió una depresión
Alejandro Valverde también se preguntaba «¿por qué?». Es habitual entre las personas que padecen depresión. El actual campeón del mundo de ciclismo no encontraba una razón. «Soy feliz, tengo una familia feliz, me gusta lo que hago, estamos todos bien», se decía. Pero la depresión estaba ahí. Se manifestó después de cumplir su sanción por aparecer en la Operación Puerto. «Llega un momento en que te sale todo lo que llevas acumulado», reconoce en el documental «Un año de arcoíris», que presenta Movistar y que estrenará el miércoles en #Vamos a las 22:00.
No sólo era la sanción lo que le había castigado el alma. Era todo lo anterior, la incertidumbre de no saber qué iba a pasar con su carrera, renunciar a correr un Tour por miedo, porque pasaba por Italia, donde habían pedido el análisis de las bolsas de sangre identificadas como suyas en la Operación Puerto aprovechando una descoordinación judicial. Todo eso explotó en su cabeza cuando cumplía su sanción. Buscó ayuda en psicólogos, pero no era lo que necesitaba. «Salía peor de lo que entraba. Estaba allí una hora y parecía que habían pasado diez», cuenta en el documental.
Se mareaba sin motivo aparente y cogió miedo a conducir incluso a montar en bici. Se preguntaba qué le pasaría si se mareaba bajando un puerto. O conduciendo en autovía. Era un miedo tan paralizante que, a pesar de ser un apasionado de los coches, era Natalia, su mujer, la que lo llevaba casi siempre. «Tenía que conducir ella», dice. «En carreteras con curvas más o menos que defendía, pero en autovías, a velocidad y en largas rectas sentía mucho miedo, auténtica fobia», revela.
Valverde pasó a ser tratado por un psiquiatra. «No me digas más, ya sé lo que te pasa», le dijo cuando comenzó a contarle su caso. Alejandro lo cuenta con naturalidad. Como si fuera fácil. «Con el tratamiento adecuado lo superas y ya está», afirma. La naturalidad con la que no se suelen tratar este tipo de enfermedades. «Ni siquiera le pregunté por ello», desvela la autora del documental, Mónica Marchante. Pero a Alejandro le pareció el momento adecuado. Ya está superado, no le cuesta recordar aquellos momentos y es consciente de lo que vale su experiencia.
«Puede servir para que otros deportistas tomen nota y les pueda ayudar. Hay que pedir ayuda cuando la necesitas, acudir a especialistas», asegura. «Nos ven como estrellas pero al final somos humanos, los bajones están ahí, están en cualquier ámbito de la vida y a mí me pasó. Lo había conseguido todo, pero a veces falla el cuerpo y falla la mente, son momento duros y tienes que ir a un especialista», explica. Su caso no es el único, la diferencia es que lo ha hecho público, como hizo Andrés Iniesta, que pasó por un momento parecido antes de ser campeón del mundo con España.
Pero su experiencia hace más extraño aún su durabilidad en el tiempo. Han pasado 17 temporadas desde su primer podio en la Vuelta, ha sufrido dos parones importantes en su carrera pasados los 30 y de los ha salido fortalecido. No es que no sufra la presión, es que ha aprendido a tolerarla mejor que nadie. «Por eso muchos deportistas se retiran antes de tiempo, no son capaces de superar la presión», reconoce.
Años después, en 2017, cuando parecía que estaba en el mejor momento de su carrera, se rompió la rodilla en la contrarreloj inicial del Tour. «Se ha acabado mi carrera», confiesa Natalia Mateo, su esposa, que le dijo nada más sufrir la caída. La lesión podía haber acabado con cualquier otra carrera, pero no con la de Alejandro, que se dedicó en alma, y sobre todo en cuerpo, a recuperarse de la lesión. Era su trabajo.
Volvió a aumentar su nivel competitivo y alcanzó su gran sueño, el oro en el Mundial. Momentos emotivos, especialmente su abrazo con Escámez su masajista, nada más cruzar la línea de meta. Fue una liberación para él, que tantos años llevaba buscándolo. Pero fue también un peso con el que le costó cargar en los primeros meses de la temporada. Hasta que una caída al hacer un caballito en la preparación de la Lieja volvió a liberarlo. No es extraño que tras la proyección del documental su hija le preguntara: «¿Has llorado, papá?».
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