Buenos Aires
El instinto de Flecha
Juan Antonio Flecha es uno de esos tipos terrenales. Que aun cuando se siente volar encima de la bicicleta jamás da por hecho que sus pies están a medio metro del suelo. Para él, «lo bonito», dice refiriéndose al ciclismo y también a la vida, «es ir descubriendo. Aún sigo descubriendo las carreras». Aún se sigue descubriendo él, el bueno y sabio de Flecha cuando ayer, en el Tour del centenario, se cumplían diez años de su debut y de su «flechazo» en Toulouse: una fuga de salida, de ésas que parecen sentenciadas ya de inicio y que acabó con su arco disparando una misiva en la meta donde estaba su novia, casualidades, haciendo su proyecto de fin de carrera. Nos es de «flechazos» Flecha. «Nunca me he enamorado así», confiesa, pero sí es de seguir a su instinto a pesar de los 36 años para los que va de camino y de sus trece temporadas como profesional. «Algo me dijo que iba a ser un buen día».
Con ésas se despertó Flecha ayer en este Tour que corre con el Vancasoleil, «volviéndomelo a pasar en grande, divirtiéndome y disfrutando del ambiente que tenemos en el equipo», dice, después de tres años en el Sky y cuatro en el Rabobank, con las alas más cortadas y el pie atado a un candado siempre al servicio de los demás, Flecha quería disfrutar, «volver a sentirme aquel ciclista que fui en el Fassa Bortolo», por eso dejó el Sky, «no fue fácil, pude quedarme, pero quería cerrar esa etapa de ayudar a los líderes».
Volvió a Holanda, al equipo Vancasoleil al que ayer a punto estuvo de dar la alegría de su vida en la meta de Tours gracias al instinto que le dijo que probase. Sobre el papel, 218 kilómetros llanos que adivinaban la lógica del sprint, pero Flecha no se guía mucho por ese tipo de lógicas. Él es de la vieja escuela, de los que dan batalla siempre «porque no puedes estar pensando que como no hay sprint, no lo intento. Hay veces que tienes que sentir».
La llamada del instinto. Es así como empezó el amor por el ciclismo de Flecha, desde la ventana abierta de su habitación en el número 248 de la empedrada calle Lebensohn de Buenos Aires, donde nació. «Estaba llena de árboles de hoja caduca y hacíamos hogueras muy grandes. En verano, con tanta hoja, no entraba un rayo de sol, y en otoño la calle se cubría con esas hojas caídas. Las amontonábamos y las quemábamos». Quería Juan Antonio la calle limpia para, por las noches, escuchar el ruido de los coches al pasar. Ese sonido le cautivó y años más tarde se dio cuenta de que esas piedras iban a ser sus carreras: Flandes y Roubaix. El resto de la temporada, a dar guerra, como ayer en el Tour.
Pues, a pesar del largo transitar por la Loire y sus bellos castillos, que sirvieron de inspiración a Walt Disney para crear su logo y dibujar el de «la Bella Durmiente», Juan Antonio Flecha sintió. Y creyó. Junto a Romain Sicard, Gavazzi, Mori y Delaplace se fugó y a diez kilómetros volvió a hacerlo, solo y con una veintena escasa de segundos. La ilusión. Ahí ya no piensa Flecha, «en nada, sólo en darle al automático».
Atraparon a Flecha, nada pudo hacer para evitar la caza del pelotón, sin sentimientos, ni el sprint ni la tercera victoria de Kittel; pero se quedó con el desgaste. «Han sufrido para cogernos. Animo a la gente a que mañana –por hoy– ataque». Él ha prometido no dejar de intentarlo.
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