Tour 2013

El «Salario» de Froome

Jan Bakelants cruza la línea de meta
Jan Bakelants cruza la línea de metalarazon

Por la Cota del Salario se podría hablar de una alerta, de un favorito que pronto se queda solo y desvestido, ese Chris Froome delgadito y lánguido que, a una docena de kilómetros de Ajaccio, se ve con la única compañía de Richie Porte. Que ese potente y tan temido Sky hace aguas; está desvencijado ya en la segunda etapa. Puede ser el efecto sorpresa, una casualidad, quién sabe. Todos cogiendo bidones. O el calor, los tipos como David López, de Barakaldo, del frío norte sumido en un duro invierno que ha despertado en el mes de junio, lo sufren más. «Eliminado», explicaba el vizcaíno después de cruzar la línea de meta.

De todo eso estarían ya muchos escribiendo, páginas de sangre y heridas ante un Tour que aún ni siquiera ha empezado. Pero resultó que un poco más arriba, nada más coronar la Cota, ese mismo Froome, el delgadito y lánguido, se lanzaba a tumba abierta, también solo, pero convertido en cohete, atacando a diestros. Y a siniestros también. Un bello silencio recorrió el pelotón al que dejó atrás, como si un ángel hubiera pasado. Endemoniado. Ése era el «Salario» de Froome.

El pago por adelantado de lo que puede ser un Tour de absoluto dominio por parte del keniata hecho inglés y que vivió ayer en un repecho, o mejor, en su cima y su descenso, el primer aviso, una avanzadilla camino de Ajaccio. Allí nadie respondió. Ni Cadel Evans, ni Valverde, ni Purito, ni Bauke Mollema ni tampoco el malherido Alberto Contador. Dejaron que se marchara, entre miradas y vigilancia. Por detrás fueron Peter Sagan y el polaco Michal Kwiatkowski, las dos sensaciones del nuevo ciclismo, la locura de la juventud, los que se liaron la manta a la cabeza y se lanzaron a por Froome.

Apenas dos kilómetros tardaron en darle caza, ellos y todo el pelotón. Un respiro para Froome antes de llegar a la meta para ponerse a hacer rodillo, la nueva moda para el ácido láctico. Entre medias, un arreón del bravo Sylvain Chavanel que levanta del sillón a cualquiera y la sujeción de Juan Antonio Flecha, eterno y explosivo siempre. Con ellos, también Gorka Izagirre, poniendo el tono naranja después de que la fuga, muerta tantos kilómetros atrás, se diluyera con Rubén Pérez, como el maillot de la montaña de Lobato, por los ataques de Pierre Rolland que desquiciaron a Marcel Kittel, pesado y sudoroso, goteando a borbotones el amarillo que se le escapaba en el transitar por el infierno interior de la isla de Córcega.

Pero llegó el mar, Ajaccio y su belleza de colores turquesa en las olas al romper en las rocas y con un doble premio en la meta. Etapa y liderato. Tentador. Jakob Fuglsang, Jan Bakelants y Manuele Mori se unieron a la fiesta mientras el generoso Chavanel se partía tirando de la fuga. Nadie más ayudó al francés y, cuando el pelotón a punto estaba de capturarlos, en pleno arco del último kilómetro, Bakelants, un belga, blanquito y rubito, se marchó en solitario. Dieciocho días de competición en las piernas, una operación en la rodilla en abril , una posterior inflamación y ningún triunfo profesional en cinco años de carrera. «Pedalea, ¡tú solo, pedalea!», le iba gritando por el pinganillo Jens Voigt, su compañero de habitación. «No tienes nada que perder». Y así, solo, conquistó Ajaccio, la ciudad de Napoleón Bonaparte, y le dio una conquista a su necesitado RadioShack.

«Hace un mes el equipo ni me quería traer al Tour de Francia», reconoce, y ya le ha salvado un Tour. Si su director tiene que esperar al regreso de Andy Schleck, es mejor que tenga paciencia. «Es el día más feliz de mi vida», decía el conquistador Bakelants. Doble premio, etapa y amarillo, en el día en que Froome mostró el alto precio de sus cartas en la Cota del Salario. Un aviso, un adelanto de lo que vendrá después. Aún puede encarecerse más el diamante africano en este Tour.