Tour de Francia
Hay que levantarse
Las mañanas de etapas como las que, sobre el papel, como le gusta decir a Juan Antonio Flecha, el Tour se despierta aburrido, con un perfil que dibuja una escapada, los periodistas revolotean por los autobuses en busca de historias con las que llenar páginas vacías ante el aburrimiento de un esprint que saben les espera. Así pasa en Tours, un café y un «pain au chocolat» sentados en una terraza frente a las vías muertas del tranvía que no circula a causa del Tour, antes de que lleguen los autobuses de los equipos aparcados bajo el sol que calienta, no agota todavía, y resguarda a los corredores.
Las charlas se trasladan pues a los directores, a José Luis Jaimerena, el director del Movistar que habla de la seguridad que ahora tiene Alejandro Valverde, de la confianza en sí mismo con la que se ha reencontrado, nada de nervios, nada de malas colocaciones, siempre atento cuando rueda en el pelotón y centrado después de su año y medio parado y un 2012 de regreso, de su espectacular Vuelta y del ahora, de un Tour en el que probablemente está «en el mejor momento de su carrera», como el murciano dice pero que «él ha sido siempre bueno». Pero a los buenos, aún con el halo de suerte que los rodea, dicen, a los campeones como Alejandro, el "Bala", también les sobrevienen las desgracias.
Sucede que al entrar en Levroux, las bolsas de avituallamiento que esperan para llenar la tripa con barritas y pastelitos, ¡ay! qué duro se empieza a hacer, trece días así, comer siempre lo mismo, un frenazo «me ha tumbado por detrás». Y su rueda trasera se revienta. Valverde se marcha directo a la cuneta y, con él, Castroviejo, Erviti, Amador... el murciano se decide que quiere cambiar la rueda, «tenía que hacerlo» y, mientras, el Tour se va. El Belkin de Mollema y el Europcar se ponen a tirar para distanciar a Valverde. Se acabó. Sólo Nairo Quintana viaja allí, respirando ya el aire de ser el nuevo líder del Movistar porque Alejandro no puede, tiene momentos en los más de 80 kilómetros que ve el grupo de Froome cerca, a medio minuto. Espejismos. La agonía más cruel es una muerte lenta como la que está experimentando cuando los minutos empiezan a caerle. Dos de repente. Y tres, cuatro...
Van a ser casi diez en la línea de meta, pues sucede que, con la escabechina ya armada, Nicolas Roche le pregunta a Michael Rogers, el verdadero capitán en ruta del Saxo-Tinkoff de Alberto Contador: «Full gas, Micky?». Y el inglés le responde que «OK» pero, por si acaso, baja una posición y repite la pregunta: «Full gas, Alberto?». Y Contador responde que sí, pues ha visto caras de sufrimiento, a Nairo y a Froome al extremo. Como si no le bastase, Roche vuelve a formular la pregunta a Bennati, el sprinter reconvertido en rodador y protector de Contador, y recibe la misma respuesta. Al momento, en la radio del Saxo se escucha: «Go Benna».
Allí no aguanta Froome, no puede. Está solo. Su rodador, Edvald Boasson Hagen, está en el avión de vuelta a su Noruega con la clavícula rota. Tira el Saxo-Tinkoff y Froome, con su raudo estilo, sucumbe también. Un minuto en la meta, que es para Mark Cavendish, y a la que Valverde llega casi diez minutos después, derrotado y triste, casi en lágrimas. Ahora toca levantarse. Es una obligación.
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