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Carnicería en Bretaña para arrancar el Tour

Alaphilippe se viste de amarillo en un arranque accidentado que afectó a Froome, Soler, Supermán López y Porte

Imagen de una de las caídas de la primera etapa del Tour
Imagen de una de las caídas de la primera etapa del TourAnne-Christine Poujoulat / POOLEFE

En Landerneau, donde llega la primera etapa de este Tour de la vuelta a la normalidad en esta Francia en plena desescalada y retomando la vida, el verano y sus bicicletas recorriendo el país, las caras de unos y otros, supervivientes todos, lo dicen todo. Está el rostro de Valverde, ajado por los años y tostado, curtido en mil y una batallas, más surcos y canas que otra cosa y poca sonrisa dibujada en la cara. El «Bala», 28 grandes vueltas en las piernas, 14 de ellas ésta por la que siempre soñó y una vida entera le costó subirse al podio de París, no está para muchas alegrías. Él, que todo lo ha visto y lo ha vivido ya, no tenía muchas ganas de venir al Tour, que esta tensión y estos nervios ya son para los jóvenes y que a él qué se le ha perdido aquí, pensaba desde hace unos meses. Luego resulta que se encuentra como nunca a sus 41 años, gana en abril, se ve con los mejores peleando por las clásicas de las Ardenas belgas y después vuelve a levantar los brazos en el Dauphine y se anima a sí mismo, sobre todo ante la llegada de los Juegos Olímpicos y se dice, ¿por qué no?, vayamos a recorrer Francia en julio en este Tour que tiene un arranque del todo atrayente para sus piernas. Pero basta esta primera etapa, dos caídas tremendas que ponen el susto en el cuerpo a todo el pelotón y cambian el rostro a todos. También a él, que llega a cinco minutos y medio del ganador, un tremendo Alaphilippe listo como nadie, que se anticipa a lo que sabe que es una batalla perdida, el esperar a los metros finales de la llegada a Landerneau donde la furia de Van der Poel y Van Aert van a arrasarle. El francés, avispado, se lanza brutal y único a más de dos kilómetros de la llegada y cambia su maillot arco iris de campeón del mundo por el amarillo de primer líder del Tour, el regalo a su hijo recién nacido.

Es Alaphilippe, junto a sus compañeros del Deceuninck-Quick Step los únicos que sonríen en esa meta a la que llegar ya fue una victoria. La Bretaña que acoge la salida del Tour es una tierra dura, que ha curtido a los grandes campeones galos de la historia. Bernard Hinault, Louison Bobet, Petit Breton o Jean Cyril Robin. Territorio hostil no apto para débiles. En eso se convierte este arranque de la carrera. Una cuestión de supervivencia. Porque en este regreso a la normalidad de la vida y el mundo, también del calendario ciclista, el Tour ha vuelto a reencontrarse también con su amado público, el que hace de esta carrera un espectáculo único y lleno de colorido, gritos y banderas. Pero también de inconscientes. Una de ellas, con más ganas de protagonismo que de ver el paso de los ciclistas, está con los pies y un cartel dentro de la cuneta, de espaldas a la llegada del pelotón, ¿qué más da eso? Sólo le importan las cámaras. Y su minuto de gloria se convierte en un infierno.

Una tremenda montonera que no puede evitar Tony Martin, uno de los peor parados y que arrastra a casi todo el pelotón al suelo. Hasta el Quick Step, el mejor de los equipos parados del incidente al retomar la marcha aminoran el paso a la espera de la reincorporación de todos los caídos que, por suerte, son sin mayores consecuencias.

Pero la tensión ya se palpa en el ambiente y el miedo corre libre y desbocado. Para conocer el resultado de esa suma no hace falta más que esperar unos segundos y sucede. Es a seis kilómetros de la meta, otra tremenda y, esta sí, aparatosa caída.

De las que encogen el corazón. Por el suelo quedan tirados Chris Froome, Marc Soler, que hoy no saldrá, Valverde, Richie Porte o Supermán López. Alaphilippe, de amarillo, es el único sonriente. «El mejor escenario que pudiera haber imaginado», dice.