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Pogacar, una gesta de otra época en el Tour

Dinamita la carrera con un ataque a 30 kilómetros de meta, se viste de amarillo y asesta un golpe mortal a la general

Tadej Pogacar dinamitado el Tour de Francia
Tadej Pogacar dinamitado el Tour de FranciaChristophe EnaAP

Dice Ion Izagirre al llegar a Le Grand Bornand, rostro desencajado, cuerpo destrozado y ojos fuera de sus órbitas producto de la masacre que se acaba de vivir en la etapa, que no es que sea este Tour especial por el tremendo espectáculo que día tras día, y sólo se lleva una semana, se está sucediendo. No, analiza el bueno de Ion, «todos los años hay etapas duras. Lo que hace especial a este Tour es Tadej Pogacar, que es increíble el potencial que tiene». Lo sabe bien el menor de los hermanos Izagirre, que logró meterse en una fuga de calidad después de una primera hora de etapa, la primera de los Alpes que bien podría haber sido de transición, loca y estupenda, a 48 km/h de media, con ataques y palos por todas partes y que al final, cuando llegan los puertos se forma la escapada y él logra entrar. Y sueña para sí con luchar por la victoria hasta que a dos kilómetros de la cima del Col de la Colombiere, ese Pogacar que es un misil, un cohete desatado, le pasa volando. «Llevaba unas piernas tremendas, cuando le he visto pasarme ha sido increíble».

Ese ciclista increíble que visualiza el vasco del Astana es ya el patrón de este Tour merced a una gesta. Un ataque valiente y descarado, de esos que formarán ya parte de la historia del Tour de Francia y de las tardes más épicas de este deporte. A 30 kilómetros de la meta, con esa fuga ya establecida y la carrera en un momento de respiro e impás, ascendiendo el Col de la Romme y todavía con la Colombiere y su descenso hasta le Grand Bornand por delante, Pogacar se acerca a sus compañeros y les susurra que tiene ganas de fiesta. «Les dije que me sentía bien y que moviésemos la carrera». Jaleo. Formolo se coloca al frente para empezar a destrozar las piernas de los rivales pero el Ineos de Carapaz, con Thomas ya desahuciado hasta para subir bidones, igual que Roglic, borrados del mapa casi desde el inicio salvaje de la etapa, se infiltra para molestar a los gregarios de Pogacar en la cabeza.

Entonces el esloveno se cabrea y suelta todo lo que lleva dentro. Faltan 31 kilómetros para el final y es ahí donde decide que ya vale, que aquí el que manda es él. El único que se atreve a seguirle es precisamente Carapaz, líder de ese Ineos molesto que ya no sabe a qué juega. Desnortados. Apenas unos metros logra aguantarle el ritmo el ecuatoriano antes de que Pogacar termine de asesinarlo, sentado y con el plato. Así llega hasta la cima de la Colombiere antes de tirarse por el tobogán de agua que es el descenso hasta la meta de le Grand Bornand. Porque como buena gesta, el día también tuvo lluvia, claro. Y frío. Así todo se hace más épico y legendario. En eso se convierte Pogacar cuando llega a la meta y mientras termina de soltar ácido láctico en el rodillo a la espera de recoger su primer maillot amarillo de este Tour, es cuando cruzan por ahí los que aún se precian de llamarse sus rivales.

El mejor parado, Van Aert, que pierde ya 1:48 con él. Lutsenko, tercero, a 4:38, Vingegaard, el plan B del Jumbo-Visma ante el hundimiento de Primoz Roglic, es quinto a 5 minutos, le sigue Carapaz, a un segundo más y Enric Más, que es octavo, a 5:15. Toda una carnicería en la primera ración de Alpes que deja el Tour de Francia casi sentenciado en sólo una semana.