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"Me dijeron que con esa cara de fea, a quién iba a ganar"
Una campeona española denuncia el acoso que sufrió por las redes por no cumplir las expectativas
“Se está perdiendo la capacidad del ser humano de relacionarnos con normalidad, en el sentido de decirnos las cosas buenas.”
Esa frase de Lucía Martín-Portugués no habla de una derrota en la pista, sino de una mucho más silenciosa y dañina: la que se libra en las redes, tras los focos, cuando los deportistas ya no compiten con sable en mano, sino con la mirada puesta en una pantalla repleta de juicios.
La esgrimista madrileña llegó a los Juegos Olímpicos de París 2024 como una de las grandes esperanzas del deporte español. Cuarta en el ranking mundial, todos los ojos estaban puestos en ella. Pero su debut fue un golpe seco: cayó eliminada en la primera ronda ante la húngara Anna Marton, campeona del mundo. “¡Qué vergüenza! Perder en primera ronda y venía a por la medalla”, confesó sin esconder su decepción en el programa Hemos Venido a Escuchar, de Radio Marca.
Ataques desde la redes
Lo que vino después, sin embargo, fue mucho peor que cualquier marcador adverso: una ola de desprecio digital que la señalaba, juzgaba y ridiculizaba con una dureza que poco tiene que ver con el deporte. “Salieron un montón de 'Jacobos' diciéndome cómo tenía que hacer mi deporte, por qué había perdido y que era una llorona.”
Su respuesta, lejos de la resignación, fue firme: “Claro que soy una llorona... llorona, pero nunca cobarde.”
Los comentarios no se detuvieron en lo deportivo. Se metieron con su vida, su carrera, su apariencia. “Lo más fuerte de todo, diciéndome cómo tenía que manejar mi vida.” Algunos la acusaron de ser una “nepo baby” por estudiar odontología, asumiendo que solo se estudia pagando una universidad privada, cuando en realidad lo hace en una pública. “Otro me dijo que me fuese a descargar maletas, que eso sí era un trabajo de verdad, que quería vivir de una paguita" y, la mejor de todas: ‘con esa cara de fea, ¿a quién va a ganar?’”
Lucía, lejos de derrumbarse, compartió su forma de protegerse emocionalmente: “¿Aceptaría un consejo de esa persona? No, pues, ¿a santo de qué voy a aceptar una crítica?”
Su testimonio deja al descubierto una realidad incómoda: la presión constante de rendir, la falta de empatía, y la facilidad con la que se destruye a alguien desde la comodidad del anonimato. Porque no, perder no debería doler más que ser humillada por cientos de desconocidos.