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Los pitos al Himno de España en la Copa del Rey, tan menguantes como el separatismo

Aficionados del Barcelona
Aficionados del Barcelonalarazon

Apenas una esquina en la que se situaban los seguidores radicales del Barcelona, 23 de los cuales fueron detenidos la víspera por su empeño en buscar pendencias en Sevilla, mantuvo la tradición culé de pitarle al Himno Nacional en la final de la Copa del Rey. Ha disputado el Barça ocho de las nueve últimas, de modo que es comprensible que los menos politizados estén hartos de tanta mala educación e incluso que los recalcitrantes estén cansados. Cuando los responsables de la megafonía, además, no están por la labor de que se oiga la silbatina, como ocurrió el año pasado en el Wanda Metropolitano y también ayer en el campo del Betis, suben los decibelios hasta niveles del más salvaje concierto de heavy metal.

Si las encuestas advierten del descenso del independentismo entre los catalanes, la tendencia quedó confirmada con el termómetro de la pitada, que si bien ya es acostumbrada, también es menguante. Mediada la próxima década, habremos de buscar a los abucheadores con vara de zahorí y estudiarlos con curiosidad zoológica. También pudiera ser que antes se retirase Messi y permitiese jugar la final a otros contendientes. Sucede, además, que la mayor parte de los aficionados azulgranas presentes anoche en el Benito Villamarín no procedían de Cataluña. Hay más peñas barcelonistas en Andalucía que en la provincia de Barcelona, de modo que los culés del sur aprovecharon la cercanía para ver a su equipo, ése cuyos triunfos desean sin comprender que el club se haya convertido en un ariete del separatismo. «Se puede ser de Messi sin ser de Puigdemont», clamaba en la puerta del estadio un peñista onubense armado con una bandera blanquiverde. Mientras sus compañeros de gradería, en la confluencia entre Gol Sur y Preferencia, se afanaban en abuchear a la Marcha de Granaderos, ellos se sumaban al «lolo-lolo» que tronaba desde el sector valencianista.

La anécdota durante la interpretación del himno la protagonizaron los operarios de la megafonía, que hicieron sonar las primeras notas del mismo, se produjo una breve interrupción durante la que sonó estentórea la pitada y enseguida arrancó de nuevo desde el principio a un volumen anormalmente alto. Fue como una salida en falso para calibrar la intensidad de los pitos y contrarrestarlos. Los maleducados tuvieron su momento de gloria, dos segundos: un tercio del tiempo que duró proclamada la República Catalana en octubre de 2017.

La aparición en el palco de Felipe VI, que presidió el encuentro sin el hieratismo de otros años, como si ya estuviera acostumbrado a sobrellevar el trago, pasó en esta ocasión desapercibida, ya que la zona de autoridades del Villamarín es apenas visible para la mayoría de espectadores. Podría decirse que el Rey aguantó el chaparrón, pero sería harto impreciso el uso de ese término cuando eran más de 30 grados los que torraban el ambiente a la hora del inicio de la primera final copera que necesitó contener pausas para la hidratación de los futbolistas.