Córdoba
...esto tampoco
El luso se equivocó el sábado tras ser objeto de un penalti, pero soporta patadas y provocaciones en cada partido.
Ronaldo se equivocó al agredir a Edimar. Lo saben él, sus compañeros, el club y los aficionados. Es indiscutible. Dejó a su equipo sin su concurso, lo hará también durante el periodo de suspensión con el que sea castigado y empañó la buena imagen que se ha labrado en los últimos años. No tiene justificación, aunque le hicieran un claro penalti en la acción previa. Por eso el de Madeira pidió perdón, además de calificar su acto como «irreflexivo».
Dicho esto, su acción es, a la vez, muy humana. Inoportuna, sí, pero no inexplicable. Fue la rabieta de un futbolista al que han intentado frenar a base de patadas desde que comenzó a despuntar, sobre todo durante su etapa en el Madrid. Por su peligrosidad cara a portería y por su verticalidad y explosividad, siempre ha sufrido en sus carnes la intensidad de los defensores, que, en muchas ocasiones, han traspasado la línea de la violencia. Patadas no siempre con intención de jugar el balón. Agresiones con ánimo de intimidar o hacer daño, alguna sin castigar como el salvaje codazo de David Navarro que casi le cuesta un ojo en el Ciudad de Valencia. En otras ocasiones y tras una agresión mutua se ha visto expulsado, pero no su contendiente. Ocurrió en San Mamés con Iturraspe. Son acciones que hacen a Ronaldo saltar a ciertos partidos preocupado por su indefensión.
Por si fuera poco tiene que sobreponerse a cánticos de muy mal gusto en muchos estadios, especialmente en la Liga. Pero aún hay más: no sólo recibe habitualmente duras entradas, agresiones e insultos. También infinidad de provocaciones, físicas y verbales, de las que no se ven. Todo aquello que no cuentan los futbolistas tras el partido ni captan las cámaras. Tretas que, según el código no escrito del fútbol, se quedan en el campo. Artimañas sin otro ánimo que el de desarmar la paciencia de un futbolista harto de ellas. Sí. Es obvio que lo de Cristiano en Córdoba fue un error. Pero también surge una pregunta: «¿quién no lo hubiera cometido en su lugar?».
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