Opinión

La leyenda de SR4 es inmortal

No pido sino que exijo respeto para el mejor defensa que ha parido este país

Sergio Ramos busca un remate en su estreno con el PSG
Sergio Ramos busca un remate en su estreno con el PSGDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

Menos mal que Sergio Ramos era un ex jugador, menos mal que estaba lesionado de por vida, menos mal que no volvería jamás a un terreno de juego, menos mal que Pochettino no lo quería ver ni en pintura y menos mal que el PSG lo iba a echar con cajas destempladas antes de Navidad. Porque si nuestro protagonista se llega a marcar ayer un hat trick frente al Saint-Étienne, directamente le dan el Balón de Oro.

Siento pena y conmiseración por esa legión de críticos que le ha salido al de Camas de un tiempo a esta parte, la mayoría personas, personajes y personajetes que antaño le hacían la pelota de la manera más vomitiva y felpudesca que se pueda imaginar y ahora le tira a matar como si no hubiera un mañana. No me gustaría estar en el pellejo de esta banda. Debe ser jodido estar todo el día pensando en el ridículo que has hecho, sin comer, bebiendo a duras penas y pasando la noche en duermevela por aquello de que has quedado como un tonto a las tres con tus pronósticos.

El mejor defensa de la última década debutó con el PSG y lo hizo francamente bien: disputó los 90 minutos, exhibió el mismo mando en plaza que cuando trabajaba para el Real Madrid, registró un 94 por ciento de acierto en los pases y salió una y otra vez con el balón jugado como si estuviera en la veintena y no en esa treintena que inauguró hace ya un lustro.

Cualquiera diría que llevaba 207 días sin jugar, exactamente, desde aquella semifinal de Champions contra el Chelsea del 5 de mayo en la que el Real Madrid quiso, pero no pudo ante un vendaval llamado N’Golo Kanté. Parecía que llevase jugando en el equipo parisino toda la vida, al punto que por mucho que el por otra parte superlativo Marquinhos lleve el brazalete, un marciano recién llegado a la tierra concluiría tras disfrutar el match de ayer que el capitán es el sevillano.

El vía crucis que ha tenido que padecer Sergio Ramos es de los que hacen época. El rosario de lesiones que le sobrevino la temporada pasada provocó que sólo estuviera en el once inicial 17 partidos oficiales. Un drama para alguien acostumbrado a jugarlo prácticamente todo, que no ha sufrido lesiones de gravedad en los 18 años que lleva como profesional y que todas las tardes, al más puro estilo Cristiano Ronaldo, se machaca compulsivamente en el gimnasio de su casa para luego salir a correr otra horita en compañía de su preparador físico personal. Un nivel de responsabilidad que sólo he visto en dos futbolistas: José Antonio Camacho, vecino mío hace 40 años cuando era el ídolo del Real Madrid, y el anteriormente mentado Cristiano Ronaldo, cuyo físico y cuya rentabilidad sobre el terreno de juego no es casualidad ni resultado del sorteo en una tómbola sino fruto del trabajo bien hecho.

No pido sino que exijo respeto para el mejor defensa que ha parido este país. Para ese número 15 que resultó clave en la consecución de la Eurocopa de 2008, el Mundial de 2010 y otra vez la Eurocopa, pero de 2012. Para ese 4 del Real Madrid que, cuando un servidor se las había pirado del Estadio de La Luz de Lisboa rumbo a un set de La Sexta, sorprendió al mundo entero en el ya mítico minuto 93 con un cabezazo que cambió la historia del fútbol europeo, del Real Madrid y, desgraciadamente para ellos, del Atlético de Madrid. La Décima se llama Sergio Ramos y en buena medida, La Undécima, también. He de recordar que suyo fue también el único tanto merengue en esa finalísima de la Copa de Europa de 2016 de Milán que se resolvió en los penaltis.

Sergio Ramos no ha respondido a una sola de las faltas de respeto que le ha dedicado buena parte de la prensa de mayo a esta parte. Lo hizo ayer donde toca: en el césped. Dure o no dure mucho como futbolista en activo, eso sólo lo sabe Dios, ayer quedó claro que la leyenda de SR4 es eterna, inmortal diría yo. Los españoles somos perrunos y desmemoriados: nadie tiene su palmarés. En otro país sería un mito viviente, aquí, patria de la envidia y el cinismo, parece un apestado. Estamos locos.