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Copa Confederaciones
Brasil, alma sin fútbol

Los días previos al choque entre Brasil y Uruguay se había hablado mucho más de fantasmas del pasado que de fútbol, cuando un debate con el balón como argumento principal es lo que realmente necesitan ambas selecciones. El fútbol se quedó en casa en la primera semifinal de la Confederaciones. O quizás se acercó a la playa. Pero en el estadio Mineirao no puso un pie. Al final ganó Brasil, quizás porque puso más ganas, o simplemente porque es el anfitrión del torneo. Pero el equipo de Scolari, que enfrenta una tarea titánica de cara al Mundial, ya tiene su billete para la final.
No tuvo una buena noche la pelota, que recibió mucho balonazo y poca caricia. Si Garrincha levantara la cabeza... Brasil lo intentó, eso no se le puede negar, pero cualquier tiempo pasado fue mejor. Paulinho y Luiz Gustavo son perfectos para la contención, pero nulos en la creación. Y, sin arquitectos, levantar un edificio se antoja misión más que complicada. Uruguay, por su parte, ni siquiera intentó disimular y se dedicó a despejar en largo tras cada recuperación. Con tres depredadores como Forlán, Cavani y Luis Suárez, creyó que le alcanzaba con un fútbol de otro siglo. A pesar de todo, lo tuvo el equipo de Tabárez. David Luiz agarró sin disimulo a Lugano en un córner y el árbitro no pudo hacer la vista gorda. Era el penalti más claro de la historia del fútbol. Pero Forlán lo falló. O sería más acertado decir que Julio César lo paró. En definitiva, que el marcador no se movió.
Pero la acción del penalti actuó como estímulo para Brasil, dormido hasta ese momento. Todo su juego debía pasar por Neymar, pero la estrella estaba muy bien tapada por la defensa de Uruguay. Hulk era el más activo. Lo intentaba por la derecha, aunque sin demasiado éxito. Pero la cámara no salía del campo uruguayo. Al filo del descanso, Neymar tuvo un destello de calidad, quizás el único de toda la velada. Tiró una pared en largo con Luiz Gustavo. Recibió en el área entre los empujones de dos defensores. Su control orientado fue magnífico, pero Muslera le sacó el balón. Fred, siempre atento, no falló en el rechace. Su remate con la espinilla no fue el más bonito del mundo, pero el balón acabó en la red. Una perfecta metáfora de lo que estaba siendo el partido.
No se intuía reacción alguna en la filas «charrúa», pero su mejor jugada en todo el partido, una serie de pases rápidos cerca del área brasileña, acabó con el remate de Cavani con la izquierda a la red, pillando a Brasil saliendo del vestuario. El empate venía a hacer justicia a lo que se había visto. Poco fútbol y menos ocasiones por parte de ambos.
La condición de local espoleó a los hombres de Scolari, que encerraron a Uruguay en los últimos minutos con más ímpetu que juego. La condición de local y la entrada del ídolo de la grada, Bernard, que aportó movilidad y desequilibrio. Con la prórroga asomando, Neymar sacó un córner después de dedicarle un piropo a González, Muslera no midió bien su salida y Paulinho sentenció de cabeza. Delirio. El alma de Brasil está muy viva.
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