Fútbol

Buenos Aires

El cholismo, una religión

El entrenador argentino del Atlético de Madrid Diego Simeone felicita a los jugadores del Real Madrid
El entrenador argentino del Atlético de Madrid Diego Simeone felicita a los jugadores del Real Madridlarazon

Nació con alma de entrenador. Desde el potrero, en su Buenos Aires natal, hasta hoy, 44 años después, Diego Pablo Simeone siempre ha tenido dotes de mando y poder de convicción. De ahí que el cholismo, una forma de comportamiento, que se estudia ya en las facultades de Filosofía, haya calado en jugadores, dirigentes y aficionados del Atlético. Del partido a partido y el latido a latido, que sirvió para conquistar la Liga en el Camp Nou, se ha vivido una extraordinaria Liga de Campeones, que le ha servido al club rojiblanco para reivindicarse, para arrojar a la hoguera la palabra «Pupas» y borrar el victimismo, al que se ha agarrado la grey rojiblanca desde la final de Bruselas hace 40 años. Anoche estuvo muy cerca de culminarse su gran obra, pero el éxito no fue de matrícula de honor. La temporada superó el sobresaliente, pero en Lisboa el eterno rival terminó ganando la Décima y arrebatando la Primera.

Es, pues, Simeone el artífice de la nueva filosofía atlética. El que ha conseguido que todos remen en el mismo barco, con la misma dirección, se marquen objetivos comunes y se olviden de tiempos peores. Llegó en un mal momento para sustituir a Gregorio Manzano, que no había dado con la tecla, y en dos años y medio ha dado la vuelta al calcetín. El cholismo, nada de comillas porque pronto estará en el diccionario de la RAE, es ya un modo de vida, de desenvolverse en el mundo del fútbol. Es ya una pasión exagerada, que marca el camino de un equipo de autor, aunque Simeone valora, y mucho, a todos sus colaboradores.

¿Qué es el cholismo? El jugar partido a partido, el no pensar en el futuro, el agarrarse con fuerza al presente y el conseguir que el trabajo colectivo prevalezca por encima de lo individual. Y eso es lo que ha llevado al Atlético al éxito y a Simeone a convertirse en el referente de la entidad porque una Liga Europa, una Supercopa, una Copa y una Liga, además del subcampeonato en la Liga de Campeones, no se logran todos los días y Diego Pablo con sus mimbres, menores que los del Madrid y el Barcelona, ha hecho los deberes y ha aprobado con matrícula de honor en un par de cursos acelerados. Jugar una final de la Liga de Campeones no se juega todos los días y lo de anoche en el estadio de Da Luz fue una página para recordar en la historia del Atlético y en la del propio Simeone, que salió un día de sus Buenos Aires querido para recalar en el Pisa. Sin miedo, convencido de que en Europa estaba su futuro cruzó el Atlántico y comenzó una aventura, que ha sido muy satisfactoria. De la torre inclinada a la Torre del Oro. De Italia a España para seguir progresando. Dos años en el Sevilla para aterrizar en el Atlético, abrazar el doblete y convertirse en santo y seña de los rojiblancos. Inter, Lazio, de nuevo el Atlético y el Racing de sus amores, en su Avellaneda del alma, pusieron fin a su etapa como futbolista. Un futbolista que tenía carisma, que mandaba y en el que ya se presumía su capacidad de entrenador.

Y como le sucedió a Luis, con él que guarda muchas semejanzas, colgó las botas y pasó al banquillo del Racing sin perder tiempo. Eso fue en el 2006. Ocho años le han bastado para llegar a la cima, para «ser el mejor entrenador del mundo», según Paulo Futre y para hacer del cholismo una religión. Sus discípulos aprueban su filosofía y la comparten. Le siguen fielmente y como decía Tiago el sábado en Lisboa: «Si nos manda que nos tiremos por un puente, nos tiramos». Se ha convertido Simeone en el profeta rojiblanco. Es el jefe en todos los sentidos. Miguel Ángel Gil y Enrique Cerezo le hacen caso. Y eso es bueno, en un club en donde el desgobierno y la improvisación han sido pauta durante muchos años. Con su trabajo, con su esfuerzo, con su forma de ser se ha ganado el respeto de todos.

¿Su fútbol? De su Atlético se podrá decir que no hace un juego que maravilla, que enamora y que cree adeptos por su belleza. Aquí no hay tiquitaca o dos velocistas puros como Cristiano Ronaldo y Gareth Bale, pero hay intensidad, esfuerzo colectivo y la impronta clara del entrenador. Un técnico que no se casa con nadie, que no tiene ataduras y que es capaz de ponerse muy pesado para que fichen a Diego Ribas en el mercado invernal y luego utilizarlo menos de lo esperado.

Ése es su mérito. Con balas de fogueo ha conseguido derribar a los grandes en Liga, hacer historia y convertir al Atlético en un equipo respetado. Ninguno de los rivales de los rojiblancos osará menospreciar más al equipo. Al revés, desde Mourinho a Martino, dos damnificados de su filosofía, han elogiado la figura de Simeone como entrenador y por ende el juego del equipo. Ha llegado a la cima y sabe que lo complicado será mantenerse, pero él, como gritaba el otro día en Neptuno, es consciente de que llegarán nuevas situaciones positivas. El camino se ha abierto y la brecha con los más poderoso se ha acortado.

Como comenta su amigo Kiko Narváez, compañero de fatigas en el doblete, es un «loco del fútbol». Era un obsesionado como jugador y lo es ahora como entrenador. Machaca con sus ideas a los jugadores, los convence en el tema anímico y explota al máximo sus condiciones. Le duele, y lo comenta con los suyos, no haber conseguido que el rendimiento de Adrián fuera superior.

Veinte años después, llegó al Atlético en 1994, ha escrito Diego Pablo Simeone González (Buenos Aires, 1970) la página más brillante del club rojiblanco con una temporada casi, casi irrepetible. Cuando se vaya, porque en el fútbol los noviazgos no son eternos, tendrá que hacerlo por la puerta grande. Sus gritos, sus gestos, sus carreras por la banda quedarán para siempre. Y es que el cholismo perdurará, aunque falte el autor. La derrota en Lisboa no impide que el cholismo se haya convertido en la nueva religión de la hinchada rojiblanca.