Atlético de Madrid

Lyon

El Atlético gana al Olympique y vuelve a ser feliz

Dos goles de Griezmann y uno de Gabi llevan a los rojiblancos a reinar de nuevo en Europa y a ganar un título cuatro años después.

Los jugadores del Atlético, con el trofeo de la Europa League, celebran el trinfu. Ap
Los jugadores del Atlético, con el trofeo de la Europa League, celebran el trinfu. Aplarazon

Dos goles de Griezmann y uno de Gabi llevan a los rojiblancos a reinar de nuevo en Europa y a ganar un título cuatro años después.

Para Antoine Griezmann Lyon ya nunca será el lugar donde empezó a soñar con el fútbol, donde se ilusionaba con los goles de Sonny Anderson y los tiros libres de Juninho Pernambucano que hicieron siete veces campeón de Liga a su Olympique. Lyon es, desde ahora, el lugar donde por fin pudo levantar un título europeo. Delante de su gente, a setenta kilómetros de Macon, su pueblo, consiguió un trofeo que el Atlético vio complicado durante muchos minutos.

Jugaba en un ambiente hostil, con dos tercios del campo entregados al Marsella y una intensa niebla provocada por el humo de las bengalas que invitaban a los rojiblancos a hacerse pequeños. Por primera vez en el torneo se sentían inferiores en el campo. Sobre el césped, los jugadores del Marsella apretaban muy arriba y la presión de los aficionados marselleses se hacía sentir en todo el estadio. Pero la diferencia estaba en el número «7» del Atlético.

Entre balonazos para un lado y para otro, el Marsella disfrutó de sus primeras ocasiones. Un pelotazo de Rami desde fuera del área, ­un disparo lejano de Sarr y, sobre todo, un mano a mano de Germain con Oblak que ni siquiera se acercó a la portería. El Atlético, entre tanto, sufría para mantener la pelota en los pies. Cada intento de progresar desde el centro del campo era atrapado por Zambo Anguissa, presente en todas partes. Le cuesta entregársela a sus compañeros, pero el centrocampista marsellés las recupera todas. Sin embargo, el fútbol, como la vida, a veces es cruel. Y fue un error suyo el que permitió al Atlético sentirse superior por primera vez. No hacía falta más. No controló un pase de Mandanda al borde del área que pretendía sacar la pelota jugada y la intuición de Gabi y el instinto de Griezmann hicieron lo demás. El capitán acudió a recoger el balón que había salido rebotado de los pies del rival y con un solo toque se lo entregó al «7», que corrió al espacio justo para encontrarse mano a mano con Mandanda. El portero se venció a un lado y el delantero mandó la pelota, pegada al suelo y obediente, al otro. Un gol para un título.

Pero Griezmann no quiso quedarse ahí. El Atlético es de los pocos equipos que son capaces de disfrutar cuando el rival lo encierra en su área esperando un gol que nunca llega. Por si acaso, Antoine fue a buscar uno más al comienzo del segundo tiempo. Y lo encontró en un pase de Koke. Quedaban algo más de cuarenta minutos, pero la final parecía haberse terminado ya. Para entonces el Marsella ya había perdido a Payet, su capitán y su referencia, que se tendió en el suelo desconsolado y vencido por un dolor muscular a la media hora del encuentro. Sus lágrimas camino del banquillo se llevaron también el juego de Thauvin, con el que se había asociado de manera peligrosa al comienzo del encuentro. Y con ellos desapareció el juego del Marsella, que, entonces sí, fue consciente de su inferioridad. Hasta entonces había mantenido la ilusión y la energía impulsado por el ánimo de su público y por la ilusión de poder ganar un título europeo en el campo de uno de sus grandes rivales.

Pero la realidad llegó con los goles de Griezmann y el Marsella se apagó definitivamente cuando el francés marcó el segundo tanto y la lluvia disipó la niebla. Se apagaron las bengalas. Se apagó el Marsella. El remate de cabeza de Mitroglou al poste era a la vez un espejismo y una señal de que la final había acabado para ellos.

Para el Atlético ya sólo era cuestión de esperar unos minutos más el momento que llevaba esperando cuatro años, el de volver a levantar un título. Y ha tenido que ser en la Liga Europa, una competición en la que los rojiblancos se sienten como en casa y que sólo dejaron de ganar por abandono cuando se instalaron en la Liga de Campeones. Como un campeón de boxeo que sube de peso dejando vacante el cinturón de la categoría.

La afición del Atlético también se sentía en libertad, por fin, para festejar y para reclamar la presencia de su ídolo, Fernando Torres, que estuvo calentando durante toda la segunda parte pero vio cómo Thomas dejaba la banda antes que él a falta sólo de tres minutos para el final. Sólo un momento después marcó Gabi el tercero del Atlético y Fernando se quitó el peto para sustituir a Griezmann, el héroe de la noche. Por fin, la felicidad era completa.