Chile

La piedad llegó a 10-0

Cuatro goles de Torres, tres de Villa, dos de Silva y uno de Mata confirman la superioridad de la selección española ante una débil Tahití
Cuatro goles de Torres, tres de Villa, dos de Silva y uno de Mata confirman la superioridad de la selección española ante una débil Tahitílarazon

Tahití no es sólo «El paraíso en la otra esquina» (Vargas Llosa), «los cuadros de Gauguin que no son arte sino pecados» (Van Gogh); Tahití es el edén del delantero centro visitante, como para «Adán el paraíso era donde estaba Eva» (Mark Twain) y para Bernard Shaw «la política es el paraíso de los charlatanes». En resumen, muy previsible, selección española 10; selección exótica, 0. El 13-0 a Bulgaria en 1933 y el 12-1 a Malta en 1983, aún son récords. La decena de goles los marcaron Torres (4), Villa (3), Silva (2) y Mata.

Ya sobre el césped, en los prolegómenos del encuentro cada jugador tahitiano colgó del cuello de cada futbolista español, incluidos los del banquillo, uno de esos collares de bienvenida y amistad perpetua tan de las costumbres polinesias. Un detallazo, si en lugar de maleficio el símbolo era un ruego oculto: «No os cebéis».

Sólo la espesura que provoca un rival envuelto en jirones de niebla ralentizó el poder ofensivo español, que jugaba con Villa y Torres arriba. Un lujo en Maracaná, donde deberían estar prohibidos sacrilegios como los partidos de empresa y los rondos oficiales. Con todo el equipo rojo, excepto Reina, metido en campo contrario, «El Niño» marcó el primer gol a los cinco minutos con la colaboración del portero. Si Cazorla, Mata y Silva hubiesen estado más finos en el trenzado–los tahitianos son malos, pero no tontos y no se apartan de la trayectoria del balón–, la cadencia goleadora, prevista para cada cinco minutos, tendría como consecuencia un saco de goles.

Con Sergio Ramos y diez reservas que harían las delicias de Etaeta, el seleccionador tahitiano, la previsible paliza se hacía de rogar. No volvió a marcar España hasta que Villa se entendió con Silva mejor que con Torres y el canario hizo el 2-0 (min 31). Sólo un minuto después, repitió el «Niño». Ni siquiera Gauguin hubiese mejorado el cuadro polinesio.

Engrasada la maquinaria, con ataques de cuatro contra uno porque lo de practicar el fuera de juego no figura todavía en el catón de estos animosos muchachos oceánicos, Villa hizo el 4-0. Como Zarra, Igoa y Basora, Silva y Torres, el «Guaje» también marcó en Maracaná. Pero no es lo mismo meterle un gol a Inglaterra, Chile o Brasil que a Tahití, ¡angelitos! Su única posibilidad de no encajar una goleada histórica era que los delanteros españoles se dejaran arrastrar por el egoísmo. Villa y Torres, que han visto cómo Soldado les ha adelantado, disputaban una pelea doméstica, mas en ambos casos efectiva. El del Barcelona repitió en tres ocasiones y el del Chelsea, en cuatro, cuando ya Navas jugaba por la banda y Javi Martínez había relevado a Sergio Ramos en el centro de la zaga.

Mata firmó el 8-0. A Tahití empezaba a faltarle el aire y con la decadencia física las carencias salieron a la superficie. Roche, el portero, allanó el camino de los españoles e hizo todo lo que no debe hacer un portero profesional; claro que él no lo es. El único profesional de su equipo es Vahirua y no se notó.

Pero Maracaná, que se alineó desde el inicio con el débil, no dudó en ovacionar a Roche cada vez que hacía una parada. Y como el monólogo era tan obvio, el graderío se hizo eco de las protestas de la calle y coreó las consignas de extramuros para que las autoridades brasileñas quedaran en evidencia también en el interior, más aún que los pobres tahitianos, a quienes Torres hizo el noveno después de fallar un penalti que quiso lanzar Villa.

El gesto de complicidad de la afición brasileña con los españoles se produjo cuandó entró Iniesta en el campo y el 9-0 se quedaba corto. Reconocían la belleza del fútbol con la ovación, prácticamente sorda cuando Silva rubricó el 10-0. Algo de piedad sí hubo.