José Mourinho

«Mourinhismo», la nueva religión

«Mourinhismo», la nueva religión
«Mourinhismo», la nueva religiónlarazon

Adiós a las esencias; por María José Navarro

El portugués ha sabido tocar la tecla que conecta con la parte de la grada donde se presume de señorío mientras se pone una vela al diablo

Se va a ir Mourinho al final de la presente temporada y saldremos perjudicados todos. Los madridistas de nuevo cuño habrán perdido al líder soñado, al supervillano que representa todo lo anhelado desde siempre y que no es otra cosa que la victoria como sea, incluso cambiando las normas si se tercia o se puede. El entrenador portugués, que de tonto no tiene un pelo, ha sabido tocar esa tecla exacta que conecta directamente con la parte de la grada blanca donde se presume de señorío mientras se pone una vela al diablo. Todo vale con tal de conseguir los puntos porque lo importante es llegar el lunes a la oficina de turno empalomao, y para eso José Mourinho aporta munición de sobra.

Los madridistas de siempre, esos que no tragan con todo, tampoco podrán respirar tranquilos cuando el pastor de masas se largue. Lo que queda por delante no es más que la transición hasta el próximo advenimiento. Ya se ha comprobado que el presidente, que prometía un expediente inmaculado, también tiene prisa por encontrar atajos, aunque sea entregando la caja fuerte al primer aprendiz de tiranillo que ponga firme a la Prensa y también al vestuario. Da igual si sus maneras son ridículas, sobreactuadas; da lo mismo que haga eso tan feo de culpar y señalar a quien corresponda cuando vienen mal dadas. Lo importante es ganar a toda costa, ganar lo que sea. Y perderemos también los demás, todos los que vemos en Mourinho eso que jamás hemos querido ser, eso que nos hizo ser lo que somos, convencidos de que a la felicidad no se llega precisamente por el camino más fácil. Qué pena cuando se vaya. Con la risa que pasamos ahora.

Espejo de España; por Lucas Haurie

«Mou» no es el culpable, sino un aquiescente sujeto pasivo al que siempre le encantó verse en los papeles. Ahora es un yonqui del protagonismo

Tenemos lo que nos merecemos. Los devastadores índices de destrucción de empleo en la profesión periodística han coincidido, no por casualidad, con la banalización de nuestro trabajo. Un periodista no existe mientras no vocifere en un plató consignas contra otro congénere hasta terminar tirándose mutuamente del moño. La telebasura ha terminado por convertirse en el género por antonomasia, en una capa de vulgaridad que todo lo contamina bajo la tramposa ficción de «lo popular». El «demos» griego está también en la raíz de la palabra demagogia y esta inacabable fiesta rave de ídem que dispensan los medios acarreará una consecuencia peor que mandarnos a todos al paro: la sacralización del neologismo «chusmocracia». Sacrificado hasta el más ínfimo control de calidad en el altar de la audiencia, chapoteamos en el barro terminal de un oficio desarrollado por y para idiotas.

En este contexto desolador, emerge Mourinho como personaje igual que en otros ámbitos más frívolos aparecieron en su día fenómenos análogos: Leonardo Dantés, el Padre Apeles o Ada Colau, en triste demostración de que esta invasión «freak» no se circunscribe sólo al deporte. El Madrid, obvia decirlo, siempre tuvo un entrenador, pero jamás estuvo éste rodeado por un ejército de detractores que analizan cada gesto en busca de motivos para zaherirlo ni defendido por una cohorte de exégetas que perciben rasgos de genialidad hasta en su forma de atarse los cordones. Él no es el principal culpable, sino apenas un aquiescente sujeto pasivo al que siempre le encantó verse en los papeles y que ha degenerado en un yonqui del protagonismo. Es una víctima de la irremediable decadencia intelectual de la sociedad española.