Opinión
Cuando dábamos penita, el hockey ya estaba ahí
En la primera final olímpica de un equipo español, en Moscú 80, la gente flipó con los turbantes de los indios
El medallero olímpico español suele dispararse la segunda semana, cuando se empiezan a completar las competiciones por equipos, ese leitmotiv que pone la melodía a los Juegos mientras retumba la percusión de los eventos de uno o dos días. Aquí también conviene recordar los años duros, porque el despertar de las disciplinas colectivas llegó en Los Ángeles con aquella mítica plata frente a Michael Jordan y el rumor se convirtió en clamor a partir de Barcelona 92, donde los chicos del fútbol y las chicas del hockey convirtieron en oro (¡al fin!) las preseas de plata o bronce que sus mayores se habían colgado.
Furia comenzó con un grito de José María Belausteguigoitia –«a mí el pelotón, Sabino, que lo arrollo»– en Amberes 1920, torneo fundacional de la selección bañado en plata y último trofeo del fútbol olímpico español hasta 1992. El hockey tiene más historia, aunque el mal comienzo en Tokio de los «redsticks», ellos y ellas, lo devolverá al desván hasta París 2024, si es que allí hay más suerte. Nos comportamos, ciudadanos y periodistas, como nuevos ricos que despreciamos los sabrosos chicharrones de antaño porque pensamos que desmerece el exquisito jamón que hoy saboreamos. Con los Gasol, Ricky, Pedri u Oyarzabal reinando en Japón, ¿quién quiere acordarse de la familia Amat o de la sobrina de Pasqual Maragall, del Egara y del Torneo de Reyes del Club de Campo?
Ayer, en lo más hondo de la madrugada europea, España sufrió contra India (0-3) una derrota que complica sobremanera su clasificación para los cuartos de final. El encuentro reprodujo la primera final olímpica de un deporte colectivo español –en Amberes, no hubo un partido por el título, ya que la clasificación se fijó mediante un enrevesado sistema denominado Método Bergvall–, la de Moscú 80, cuando toda una generación de aficionados jóvenes y no tan jóvenes flipó, literalmente, con esos tíos llegados de Asia muchos de los cuales iban tocados con un espectacular turbante o un coqueto moño. Ganaron los indios, «hindúes» para los comentaristas de entonces, 4-3 a pesar de un triplete de Juan Amat, ya que por esos años nadie se llamaba Joan ni se sabía qué era un hat-trick.
Veinte años antes, en Roma 1960, el hockey español ya se había colgado un bronce (2-1 a Gran Bretaña en la final de consolación) para retratarse en el podio con los dos archirrivales del Subcontinente, India y Pakistán, que serían un solo país si no fuera por la religión. El Imperio Británico se llevaba las materias primas de las cuatro esquinas del globo e iba dejando deportes, y por allí dejó el juego del stick igual que en Oceanía arraigó el rugby. Mientras el hockey se jugaba sobre hierba, como dicta su nombre, paquistaníes e indios sólo dejaron escapar un oro en trece Juegos, el que se llevó Nueva Zelanda en Montreal. Desde que se practica en pistas sintéticas, a partir de Seúl 88, sólo han rascado una medalla, de bronce, de las veinticuatro distribuidas. Esta gente prefiere el deporte sin aditivos, está claro.
Sin el hockey, el lugar de India y sus más de mil millones de habitantes en el deporte olímpico es marginal. No gana un oro desde 2008, en tiro, se fueron de Río con un bronce en lucha y una plata en bádminton, la de la rival de Carolina Marín, y llevan una plata en halterofilia en Tokio, de donde no van a llevarse mucho más. Pakistán no ha sacado nada desde el referido bronce en hockey en Barcelona.
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