Deportes

Natación

Divina Federica, elegante en la piscina y en el adiós

La plusmarquista de los 200 libres anunció su retirada tras haber nadado cinco finales olímpicas consecutivas

Pellegrini, después de su última final olímpica en sus quintos Juegos
Pellegrini, después de su última final olímpica en sus quintos JuegosPatrick B. KraemerEFE

Se despidió de los Juegos, sin aspavientos ni discursitos estereotipados, una mujer mucho más importante que Simone Biles: Federica «Divina» Pellegrini, que terminó séptima en los 200 metros libres, en su quinta final olímpica en la distancia de la que sigue siendo plusmarquista mundial. No ha faltado a una desde Atenas 2004, un pleno en lo que va de siglo XXI. En un deporte como la natación, cada vez más colonizado por adolescentes hipertróficas, esta señora de 32 años deja una carrera tan larga como su brazada y mucho más brillante de lo que muestran sus dos medallas olímpicas –un solo oro– y sus once títulos mundiales. Fede nos enseñó que también en una piscina es posible ser elegante y que no hace falta un físico masivo para ser la más rápida.

La Pellegrini, que así la llaman todos los medios italianos, salió ayer sonriente de la pileta, felicitó a las medallistas, atendió a las televisiones en varios idiomas y desveló lo que era un secreto a voces desde hace tiempo: que mantiene una relación con su entrenador, Matteo Giunta: «De no haber sido por él, habría parado hace mucho. Es mi compañero en la vida, pero queríamos tener separado lo personal de lo profesional». Emocionada, no permitió que se le escapase ni una lágrima porque sabe diferenciar la sensibilidad de la sensiblería, el sentimiento del sentimentalismo. Es consciente de que le ha tocado vivir (¡padecer!) un mundo infantilizado hasta la náusea y ella lo embellece con su contención de diosa clásica. Desde los pupitres del periodismo, nadadores de varias generaciones reciclados en comentaristas le dispensaron, a falta de público, una ovación puestos en pie.

Se retira, sí, la versión italiana de Belmonte, otro prodigio de longevidad. También fue la abanderada de Italia en una inauguración olímpica, la de Río. En 2020, su liderazgo en el equipo transalpino es sólo espiritual, pero bien que le están brindando sus compatriotas una despedida con fanfarrias: quince medallas suman en cinco jornadas. Ni Mireia ni Federica necesitan más trofeos para apuntalar su grandeza, tampoco más atención de la que han merecido sus logros deportivos. Cuando les ha tocado perder, porque el DNI y las lesiones a nadie perdonan, guardan el bañador en la mochila y se marchan. ¡Qué diferencia con Simone Biles!

La gimnasta estadounidense no ha querido compartir con ninguna rival la gloria que le pertenece sólo a ella. O eso le han contado. Incapaz de competir al máximo nivel en Tokio –por un motivo grave y del todo respetable–, sigue atrayendo los focos que deberían apuntar a quienes hoy se juegan las medallas del concurso general de gimnasia artística femenina. A esas chicas que, mientras Biles ganaba, jamás emponzoñaron la competición con debates ventajistas. ¿Los deportistas de élite viven bajo presión? ¡Vaya descubrimiento! Pero una presión infinitamente más despiadada que la que padece una superdotada con centenares de galardones y mimada por los patrocinadores. Que pregunte en la Residencia Blume lo que es jugarse el sustento familiar para un cuatrienio en el primer combate de un Europeo de lucha grecorromana. Es muy fácil: o quedas entre los ocho mejores del continente o te buscas un trabajo porque te quedas sin beca. Y el que no pueda con eso, tiene opciones dignísimas como entrenar a niños o dar clase de Educación Física en un instituto.