Bádminton
Campeona de todo
La onubense no falla en la final de los Juegos; cede el primer set y derrota en los dos siguientes con amplitud a la india Sindhu Pursala
Carolina Marín, campeona de Europa y del mundo de bádminton, logró la hazaña de conseguir un oro olímpico en un deporte dominado por deportistas asiáticos
De la nada surgió Carolina Marín hasta el infinito y más allá, Buzz Lightyear. Una «shiquilla» de Huelva entre 46 millones de españoles, contra 1.300 millones de chinos: victoria. Y frente a 1.100 millones de indios: campeona olímpica. Necesitó tres sets para derrotar a Sindhu Pursala (19-21, 21-12 y 21-15). Cedió el primero, que iba ganando; en los dos siguientes no dio opción. Viajó hasta Río a por el oro, se preparó durante dos meses como un boina verde y lo consiguió. Su ídolo es Nadal. Sigue su camino. Va pero que muy bien.
El bádminton, variedad de tenis comprimido, hay que descubrirlo para apreciarlo. Carolina Marín es la mejor cicerone. «No es un juego de playa», es un misterio que los españoles estamos desvelando gracias a esta formidable volantista, «marca España» en numerosos países del lejano Oriente. No descuida un detalle de su preparación; antes de su final vio la del legendario Lin Dan (China), el jugador más grande de la historia, con el malayo Lee Chong Wei (Malasia). También la vieron por TV más de 300 millones de chinos. Utilizaron en el tercer y definitivo set 26, volantes –lo normal son seis–, y «mataron» a 450 kilómetros por hora. Venció Chong Wei.
Carolina lo siguió en la grada. Iba a jugar a partir de las diez y media (15:30 en España), pero la duración de esa final retrasó la suya. Aprender forma parte de su rutina, que el día anterior, después de deshacerse de la campeona olímpica de Londres, no alteró: masaje, comida ligera, partido virtual visto en un proyector, cena ligera y aproximadamente a las diez de la noche, en la cama. Se levantó a las seis y media, desayunó y llegó al Pabellón 4 a las nueve y cuarto. Calentó con Fernando y vio perder al astro chino.
A las once, la cita crucial. En curso, la táctica establecida: paciencia e intensidad. Ritmo y lenguaje corporal; grito de intimidación después de cada tanto ganado. Por alguna razón, el «¡siuuu!» de Cristiano Ronaldo suena ridículo y el de Marín a música celestial, estridente y avasallador, eso sí. Alrededor de su cuello, en espera de otra medalla, la de la Virgen del Rocío. Su guía. No se separan y cada tanto la acaricia. Un acto de fe que salpica una preparación metódica, milimétrica y concienzuda. «Carolina representa el triunfo de lo inesperado en el bádminton mundial, como si uno de las Islas Maldivas ganase la final de los 100 a Bolt». Con este parangón intenta explicar Rivas lo que ha significado la irrupción de esta onubense en un deporte dominado por asiáticas.
Desde 1992, en Barcelona, el bádminton es olímpico –Marín nació un año después de aquellos Juegos, el 15 de junio del 93-. De las 12 medallas distribuidas desde entonces en categoría femenina, nueve han sido para China, 2 para la República de Corea y una para Indonesia. Y otra para España, la de ayer. En campeonatos del mundo, el dominio chino es abrumador (34 oros, 2 Indonesia, 2 Dinamarca, 1 República de Corea, 1 Inglaterra, 1 Japón y 1 Tailandia), hasta la aparición de Carolina, que ha interrumpido esa racha triunfal con dos mundiales. La española es un fenómeno en Asia, donde la temen como a un «nublao».
Pero Sindhu (21 años) entró en la final sin miedo, es una excelente competidora y ni siquiera le arredró la ventaja en el marcador de Carolina durante todo el primer set (12-6 la máxima), hasta que la española se frenó de golpe con 19-17. Se fue. Una serie de fallos encadenados la condenaron. Dio vida a Sindhu y ésta lo aprovechó. Del probable 1-0, al inesperado 0-1. 27 minutos duró y el punto más largo, 49 segundos. Marín amasa el punto y lo hornea. A veces se quema. En el segundo set decidió arrasar y situó el simultáneo en 11-2, luego en 18-9, máximas diferencias en lo que iba de encuentro. «Se puede. Va», musitaba antes de sacar. Ganaba con solvencia y así empató el partido, 1-1 (21-12). Este set, 23 minutos. Quedaba el definitivo.
Empezó mandando, dibujó un 6-1 mientras la juez de silla, la australiana Kelly Ohare, no paraba de llamarla la atención. Si alguien no sabía el nombre de Marín, lo aprendió para siempre. Entre saques, dos, tres y hasta cuatro «¡Carolina!», que tiene sus tics y sigue la táctica de Nadal; sale de la pista, antes de entrar se frota las palmas de las manos con las suelas de las zapatillas; pide cambio de volante aunque sabe que no se lo van a consentir... Se trata de mantener la concentración y romper el ritmo de la rival.
También interviene Fernando para decirle que hay que cambiar de táctica si quiere ganar. «El marcador, aunque favorable, era engañoso, como sucedió en el primer set», aclara el entrenador. Vuelve al protocolo establecido, paciencia e intensidad. Llegó a tener cinco puntos de ventaja y empató a diez. Cambio de campo, de banquillo y de estrategia con susto, al torcerse un tobillo. No es nada. Ya no afloja, recupera el control del marcador y concluye 21-15. Es el 2-1, la medalla de oro que vino a buscar. Es campeona olímpica e historia.
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