Rojo
Nadal se pierde la final
Tres horas necesitó Del Potro para derrotar al mallorquín, que se jugará hoy el bronce con Nishikori
Tres horas necesitó Del Potro para derrotar al mallorquín, que se jugará hoy el bronce con Nishikori
Tuvo que saludar Kuerten desde la cabina de transmisión y a continuación el público brasileño eligió a Rafa Nadal, como no podía ser de otra manera. Cada imagen de Juan Martín del Potro en los videomarcadores iba a acompañada de una sonora pitada. Y así comenzó el «match» de los resucitados, rivales que sólo se han dado tregua postrados por las lesiones. Regresaban a la pista dura después de no pocas vicisitudes. Del argentino se sabía que las muñecas, las dos operadas, le alejaron tanto de las canchas que parecía desaparecido «per secula seculorum». Volvió a Río, como el español, para enfrentarse por decimotercera vez. El balance hasta los prolegómenos, 8-4 para Nadal. Al final, 8-5. Ganó el de Tandil 5-7, 6-4 y 7-6 (7-5). Él luchará por el oro o la plata. Rafa, con Nishikori por el bronce.
Antes del partido de dobles contra Marc y Rafa, dijo Del Potro que si hubiese tenido que jugar solo contra Nadal habría desistido. Se encontraba rendido. Así, mientras él desaparecía del cuadro de dobles la pareja española recorría el camino hasta conquistar el oro. Dos partidos diarios jugaba Rafa, en horarios que no le beneficiaban, sino todo lo contrario. Juan llegó más descansado, y con esos andares cansinos que no le abandonan ni cuando está en plenitud. La última vez que se enfrentaron fue en el Torneo de Maestros de Shanghái en 2013 y ganó el argentino en dos sets. Después se perdieron de vista, pero quedó aquella frase del joven Del Potro, un potranco hace ocho años cuando aquella final de la Davis que perdió Argentina en su casa y sin el desafiado: «A Nadal le vamos a sacar el calzón del orto». Rafa, ausente, miró para otro lado y España conquistó la Ensaladera. En estos partidos siempre hay algo de revancha y, en condiciones incluso casi normales, bastante igualdad. Tal y como sucedía en el primer set. Sacó Rafa y perdió el servicio. Malos principios. Del Potro conservó el suyo, 2-0, pero dejaba evidencias de sus debilidades. No parece estar en mejor condición física que el contrincante y se refugia en el fondo de la pista, y no sube más porque cuando lo hace el «passing» del mallorquín es mortal. Su golpe es poderoso y efectivo, cuando sale bien, y su saque es monumental, si no falla. Nadal le cogió el truco y del 3-1 al 3-4 discurrió el tiempo que tardó el argentino en declinar y el español en atacar, al romperle el servicio con juego en blanco.
Debajo de la muñequera de Nadal asoma una venda blanca, la sujeción necesaria para que la vaina aguante y no se rompa, para soportar mejor el dolor. Y los saques de Juan duelen, en el 4-4 devolvió el cero. Ahora, al resto, y recibió la misma moneda. Rafa sacó muy bien (4-5), también el otro (5-5), que encontró más resistencia. A continuación, el 5-6 y de nuevo el Nadal superlativo para cerrar la manga con 5-7.
Las botellitas en su sitio, maniático, y concentrado, y empeñado el jugador «local» en meterse en otra final. Paso a paso, punto a punto. Ni él derrocha energías ni el argentino regala un gramo, y en éstas volvió a encontrarse cuesta arriba, con el servicio perdido y 3-1 y al final 6-4. Empate. La decisión, en el tercero, igualado desde el principio, hasta que en el noveno juego Rafa perdió su saque, 5-4; pero luchó y llegó al décimo con 0-40 y empató a cinco con una «banana» colosal. Y se anotó el siguiente juego perdiendo 0-40. La fe de Nadal hizo el 5-6 frente al verdugo de Djokovic, que empató a seis. El pase a la final, en la muerte súbita. Más de tres horas de juego. Si a Rafa le pesaba la fatiga, trababa disimularlo; el argentino explotaba el saque; el español, la raza y neutralizó con 6-4 el «mini break» que llevaba en contra (6-5), pero se le fue una derecha al pasillo, y con ella, la final.
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