Natación
Las náuseas de Ledecky
Ganó su oro más difícil en 200 libres y tuvo que aguantarse las ganas de vomitar en los últimos metros ante el acoso de Sjostrom
Se ríe Bruce Gemmell, el entrenador de Katie Ledecky, cuando le dicen que el prodigio al que dirige estuvo a punto de vomitar. No es nada nuevo. Suele ver algo parecido todas las semanas, porque así de dura es la preparación a la que se somete la pálida estadounidense. Los vómitos la amenazaron en el tramo final de la carrera de 200 metros libres, la más complicada para ella, demasiado rápida para una fondista. «No puedo coger mi ritmo. Un error y estás fuera», define sus sensaciones en esa distancia. Las náuseas no le llegaron al terminar, cuando se la podía ver con la respiración entrecortada y cuando el ácido láctico circula por su cuerpo produciendo todo tipo de sensaciones desagradables. Fue durante la prueba, casi al final, pero Ledecky puede con todo. También con rivales poderosas que la llevan al límite.
Fuerte fue la sueca Sjostrom, la reina de la mariposa, que ya ha brillado en Río con su oro y su récord del mundo en los 100, pero que también quiso desafiar a Ledecky. «Ella es la reina del estilo libre», dijo la nórdica, que en las semifinales le había ganado y por eso salía en la calle cuatro. Y en la final pegó un acelerón escalofriante en el último largo con el que parecía que iba a conseguir derrotar a la invencible yanqui. Fue entonces cuando a Ledecky le entraron las ganas de vomitar, que no le impidieron seguir con su cadencia de brazos y pies para llegar al oro. «Siento algo parecido como tres veces por semana», explicó después la ya doble campeona olímpica, medallas que suma al oro en 800 libres de Londres. «Ha sido divertido», concluyó como si tal cosa. Sjostrom parecía que la iba a superar, pero también pagó el esfuerzo. Aun así, fue la más rápida en los dos últimos tramos, pero la ventaja que había obtenido la estadounidense le sirvió para llegar al oro. No fue Ledecky la única que sintió náuseas en ese tramo final. La australiana Emma McKeon notó lo mismo. «Y las piernas picaban», admitió. Pero pudo alcanzar el bronce y dejó a Pellegrini con el mal sabor del cuarto lugar.
A Ledecky le queda ahora el 800, que debe ser pan comido. El hito que persigue, imponerse en el 200, 400 y 800, no lo logra nadie desde Debbie Meyer en 1968, el año en el que el 200 y el 800 se incluyeron como distancias olímpicas. Su exhibición llegó antes de la de Phelps, su ídolo desde pequeña. Los padres de la estadounidense hicieron pública ayer una foto en la que se la ve pidiendo un autógrafo a Michael. Katie tenía nueve años y han pasado diez desde entonces. Ahora, los autógrafos los firma ella también. Será la reina de los Juegos, en pugna con la húngara Hosszu, que también lleva un doblete en los estilos más otro oro en 100 espalda.
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