Atlético de Madrid
Cholo, contigo empezó todo
«Gracias a Simeone, contigo empezó todo». Parafraseando a Piqué, azote del madridismo, cualquier aficionado del Atlético, de los sensatos y de los insensatos, que también los hay, podría alzar la voz y proclamar su devoción por el Cholo. Y es que Diego Pablo Simeone (Buenos Aires, 28 de abril de 1970) ha llevado al club rojiblanco, tras una larga travesía por el desierto, rota por el oasis de la Europa Liga y de la Supercopa de Quique en 2010, a la élite del fútbol europeo, a codearse con los grandes y ser equiparado con el Barcelona, el Madrid o el Bayern, pese a que el propio Diego reconocía en vísperas de la final que su equipo está un escalón por debajo de los clubes mencionados.
Y ése es su mérito, su acierto y su logro. Que se respete al Atlético, que se le tenga en consideración y que se le vea como un rival muy complicado de batir. Ahí es donde radica el trabajo de Simeone, respaldado por una plantilla que le tiene fe ciega, como si se tratara de una secta, aunque como en todas las familias a veces surgen las discrepancias porque el pensamiento único tampoco existe en el vestuario rojiblanco. Cuando Simeone dice que jugar un minuto de partido con la máxima intensidad es muy bueno está mandando un mensaje de solidaridad, de compañerismo a los menos habituales, a los que no tienen un rol determinante en el equipo, pero a los que él involucra en el proyecto. «Carrasco nos puede dar 40 minutos buenísimos», dice. Y cuando el belga sale, se come la banda izquierda o la derecha para contribuir al éxito del Atlético, del colectivo.
Porque el Atlético es un equipo de autor, por obra y gracia de Simeone, donde prima el colectivo, el bloque, el trabajo en conjunto por encima de las individualidades, sin que por ello haya que desmerecer a Griezmann, máximo exponente de lo que un jugador ha evolucionado con el Cholo hasta convertirse en un futbolista de talla mundial, deseado por los más poderosos de Europa; a Koke o a Godín, un uruguayo con personalidad, que ha entendido a la perfección el mensaje de su técnico. Jugadores que han mejorado en los últimos años, que han crecido al lado de Simeone y que son fundamentales para que el cholismo futbolístico siga siendo una realidad. Curioso es que el brazo armado del argentino en el campo sea Gabi, un canterano que tuvo que emigrar, que ha madurado lo suficiente para entender al técnico dentro y fuera del campo.
Simeone, que aterrizó en el Atlético un 23 de diciembre de 2011 y que debutó en Málaga (0-0) en enero de 2012, no ha cambiado su filosofía desde el día que llegó. «El partido a partido» martillea en los oídos del que se sienta enfrente de él en una conferencia de prensa, aunque ya nadie se lo cree. Los jugadores, el técnico y sus ayudantes, desde el Mono Burgos hasta el profesor Óscar Ortega, pasando por Vizcaíno y hasta el último de los auxiliares, trabajan sabiendo que los objetivos son a largo plazo, pero que cada jornada, cada partido, supone subir un peldaño más en esa guerra desigual que tienen con el Barcelona y el Real Madrid. Cada vez que se gana al eterno rival o se elimina al Barça, como ha ocurrido esta temporada en la Champions, sube la autoestima. Un pasito «pa’lante» dentro de que los objetivos que se marcan desde la zona noble del Calderón, con Miguel Ángel Gil y Cerezo a la cabeza, sean el tercer puesto y la clasificación para cuartos en la Champions.
Cumplidos los objetivos para el Atlético, la segunda final de la Copa de Europa en tres temporadas es un hito. Es evidente que Simeone es el que marca el camino. No deja nada para la improvisación, es muy pesado, como dice su amigo Kiko, a la hora de mentalizar a los futbolistas. Cree en el esfuerzo, en el trabajo colectivo y presume de la mochila de los 113 años de historia rojiblanca. No hay concesiones a los que dudan, a los que no mueren –¡vaya dramatismo!– de intensidad. El compromiso está por encima de cualquier situación individual. Si Torres no estaba fino era ocupante del banquillo. Ahora que el «Niño» anda inspirado es titular indiscutible y va a renovar. El rendimiento se demuestra andando, mejor dicho, corriendo, y eso lo valora Simeone.
Un técnico, que no hay que ocultarlo, también tiene sus días negros, sus momentos de ofuscación y sus salidas de tono. Dicen sus detractores, que también los hay en la viña del Señor, que el golpe que le dio al delegado Pedro Pablo por no hacer un cambio a tiempo o mandar tirar un balón al campo a un recogepelotas hubieran sido motivo de hoguera si lo hacen otros entrenadores.
En una palabra, que tiene cierta bula en los medios. Quizá tengan razón porque Simeone es de sangre caliente, al que le importa más el fin que los medios. Y el fin, como diría Luis, es «ganar, ganar y volver a ganar» sin pensar en la estética, valorando el pragmatismo.
Con su manera de ser, con su fútbol, que a veces se hace insufrible para el espectador y el crítico imparcial, el Cholo ha conseguido devolver al Atlético al cielo futbolístico. El Mono Burgos ya no sale de la alcantarilla del infierno porque el club, gracias al cholismo, ha llegado a la cima. Lo de anoche fue un duro mazazo.
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