Fútbol

El Sevilla demuestra al United quién es el rey de la Europa League

El Manchester United fue engullido por el equipo de Mendilibar y por el Sánchez-Pizjuán (3-0)

Rakitic celebra uno de los goles del Sevilla
Rakitic celebra uno de los goles del SevillaJULIO MUÑOZAgencia EFE

Pues nada, ahí están otra vez los tíos. El peor equipo que contempló la Liga española antes del Mundial, y también en algún tramo posterior, se ciñó la corona de rey de la Europa League, manto de armiño a su espalda, para atropellar al (presunto) favorito de la competición, un Manchester United empequeñecido como una pandilla de juveniles por el ambiente volcánico que se generó en la grada del Sánchez-Pizjuán, teñida de blanco para la ocasión. Se presumía una noche emocionante y lo fue por la orgiástica celebración de un sevillismo que ha padecido las de Caín. No, desde luego, por la incertidumbre de un tanteo que reflejó la aplastante superioridad de un contendiente sobre otro.

El “degeísmo” es un estilo, casi una forma de vida. Consiste en ponerse en la portería con más o menos acierto pero, con independencia de eso, con la malsana costumbre de cometer al menos una tropelía por partido. Llegó pronto en este cuarto de final: apenas se llevaban cinco minutos, cuando el guardameta internacional español –qué fatiguitas nos ha hecho pasar– pensó que era una buena idea darle un balón blandito a Maguire, que no es precisamente Pirlo, al borde su área. El central le regaló el balón a Lamela, que cedió a En-Nesyri para que el marroquí fusilase por bajo el primer gol de la noche y su quincuagésimo con la camiseta del Sevilla.

El Manchester United, con toda su aureola, se mostraba inofensivo excepto cuando el eléctrico Antony encaraba por la derecha y se mostraba incapaz de alejar a los atacantes de su área con dos centrales paquidérmicos y Casemiro, la sombra del gran centrocampista que fue, desbordado como único pivote. Quizá era pecar demasiado de optimista, o tal vez no, pero la noche pedía atrevimiento y rock and roll, irse a buscar las cosquillas de los ingleses. Tras unos minutos de desconcierto por la lesión de Marcao, suplido por Suso y retornado Gudelj a la zaga, así lo entendió el Sevilla, al que sólo un fuera de juego milimétrico de Acuña impidió festejar el gol de Ocampos al filo del descanso.

Fue un brevísimo aplazamiento. Nada más reanudarse el juego, ya con Rashford en la yerba, Badé se suspendió en el aire para rematar un córner de Rakitic y marcar, ahora sí, el segundo. Podría decirse que De Gea pudo hacer más, aunque no lo diremos para no cargar las tintas. Ahora no tenían más remedio los Diablos Rojos, qué romo su tridente, que irse al ataque y su anfitrión aceptó encantado. El plan de Ten Hag consistió en sacar al gigantón Weghorst por Martial, que volvió a ser el alma en pena que fue en su paso por Sevilla. Funcionarial, casi resignado, dejó que se llegase hasta el cuarto de hora definitivo sin inquietar a Bono. Llevaban más peligro los blancos cada vez que se aventuraban a salir, ésa es la verdad.

Al show de De Gea le faltaba el estrambote, un segundo obsequio al rival que ahorrase esos minutillos finales que siempre dan vértigo. En-Nesyri persiguió hasta la línea de medios roja un voleón de Acuña –“salir asociándose”, dicen, qué risa– y el portero se la dejó muerta a los pies en su intento de despeje para que, suavecita, marcase el tercero. Es posible que los otros tres semifinalistas tengan más argumentos futbolísticos que el Sevilla, o al menos así era hasta que se empezaron a encadenar las eliminatorias. Pero, en este tramo de la competición, hay cosas que tienen más importancia que el 4-3-3, el bloque bajo o la activación tras pérdida. Aquí se trata ahora de ver quién tiene más redaños para pegarle un tirón al trofeo y llevárselo a la vitrina. Y en esa guerra, amigos, yo pondría una monedita por ya saben quién.