Boxeo

Unigénito: hijo del dios del boxeo

Testigo directo / Comenté su combate con Mildenberg para TVE

La Razón
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Aquella TVE en blanco y negro fue para quien esto escribe su segundo cuadrilátero.

«¿Qué te gusta más» –me preguntaron una vez–, escribir en «Pueblo» o salir en la televisión? No mentí: «Pueblo». Lo mío es «Pueblo». TVE es el complemento económico de «Pueblo», para poder mantener a la familia (aquella televisión no era, ni de lejos ni de cerca, como las de ahora).

En aquella España en blanco y negro, yo era joven. Ser joven es maravilloso. Pero ser niño es la maravilla de las maravillas. De niño no sabes todavía nada de la vida, ni de obligaciones, ni de responsabilidades, ni de deberes. «Donde no hay niños –tengo leído–, no hay cielo». El niño es cielo hasta que se hace hombre. Hecho hombre, el niño...

«Yo lo aprendí todo siendo niño –declaraba una y otra vez Cassius Clay antes de hacerse Muhammad Ali, o sea «el amado de Dios».

Vi cara a cara, por primera y única vez a Cassius Clay en Francfort, en l966. Me impresionó. Peso pesado, pero alto y ligero como un peso medio. Miraba y observaba, o mejor dicho: observaba mirando.

«Vengo, como siempre, a ganar –declaró a los medios informativos sin retórica.

Era lacónico. La palabra justa, la agresividad estudiada.

«Yo pienso lo que digo, jamás hablo por hablar. No improviso». Su padre, al parecer, era un maltratador. Y le daba a la bebida todos los fines de semana y entre semana: «A mi padre le gustaba beber, yo odio la bebida». Adoraba a su madre: «La naturaleza de la mujer no es feroz, es tierna. Si lo gobernasen ellas, el mundo sería mejor, mucho mejor».

Se consideraba estudioso y artista: «El boxeo –opinaba– es interpretación. Yo interpreto el boxeo. Vuelo como las mariposas y aguijoneo como las avispas. Jamás lanzo los puños a ciegas. Sus puños. Decía de ellos:

«Cuando hacen sangrar, sufro. La sangre me asusta. La sangre es fea, inhumana».

Se consideraba el más grande. ¿Por qué?

«Cuando boxeo, antes “me” he estudiado al rival. Procuro saberlo todo sobre él: su técnica, su vida, sus vicios, lo que le da miedo, incluso si el boxeo le da miedo».

Nunca sintió miedo en el cuadrilátero, contra nadie, ante nadie. «El miedo no casa con el boxeo. El boxeo es arte. Con miedo, no se puede hacer arte».

No era ningún «perturbado cerebral», como llegó a escribirse por su oratoria jaquetona.

«Clay, como boxeador, era distinto –ha contado Angelo Dundee, su preparador, su consejero y más cosas–. No era ortodoxo. Yo intenté que lo fuera pero no lo conseguí. Su técnica residía en su cintura, en su juego de piernas de bailarín de ballet, en la velocidad de su “jab”. Nadie, en la historia del boxeo, ha tenido su “jab”: preciso, venenoso, enloquecedor para el rival».

En Francfort comenté para TVE el combate de Cassius con el alemán Karl Mildenberg. Ganó, cómo no, Casssius por K.O. en el decimosegundo o decimotercer asalto. No he vuelto a ver en la vida una exhibición de boxeo-ballet como la de aquel día.

El alemán, al día siguiente, declaraba:

«No le ves venir, no sabes nunca por dónde te va a atacar; es desconcertante, mucho más bueno de lo que yo creía».

Pero la vida, que da y quita, le dio la enfermedad de Parkinson. Ha sido único, unigénito, hijo del dios del boxeo. Nunca ha habido nadie como él. Un angelito negro más para el cielo, que diría el bolerista Machín.