De izquierda a derecha, Andrew Bailey (Banco de Inglaterra), Christine Lagarde (BCE), Jerome Powell (FED) y Haruhiko Kuroda (Banco de Japón)

El reto de Lagarde y sus colegas

La inflación desbocada fuerza los bancos centrales a cambiar el sesgo de su política monetaria de forma más abrupta que la inicialmente planteada. Ahora, deberán hacer equilibrios para controlar los precios sin comprometer seriamente el crecimiento

A Lord Byron le gustaba referirse a Sintra como «Glorioso Edén». Su sierra refrescada por la brisa del Océano Atlántico hizo de esta villa, a apenas 30 kilómetros de Lisboa, un icono romántico, quizá por la neblina tenue que suele envolver sus bosques y que desdibuja las fachadas de sus palacios. Su clima magnánimo y su incuestionable belleza hicieron de Sintra, además, el lugar favorito de residencia de la nobleza portuguesa que escapaba de los rigores del verano lisboeta. Un enclave de cuento que cada año elige en Banco Central Europeo (BCE) para celebrar su foro, y que se ha celebrado esta misma semana. Era la primera vez que la presidenta de la autoridad monetaria, Christine Lagarde, ejercía como anfitriona en Portugal de ilustres colegas, ya que la pandemia forzó a realizar el encuentro de manera virtual en 2020 y 2021. Y es que este año la han acompañado, además de los distintos gobernadores, académicos y representantes del mundo financiero, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell; el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, y el director del Banco de Pagos de Basilea, el mexicano Agustín Carstens.

Un cónclave de banqueros centrales que se produce en un momento especialmente delicado para las políticas monetarias, en el que la inflación marca el rumbo a seguir por unos responsables, que deberán hacer verdaderos equilibrios sobre el alambre si quieren contener los precios sin que el crecimiento se vea seriamente afectado.

Después de más de una década, en la que familias, empresas y gobiernos se han beneficiado de una financiación «barata», los precios desbocados marcan el fin del periodo de tipos bajos. No son pocos los que se han apresurado a criticar a los bancos centrales por considerar que no han sabido leer a tiempo los derroteros que tomaría este demonio económico, y que fuerza ahora un cambio de sesgo de la política monetaria, que se vislumbra más abrupto de lo que inicialmente se había pensado.

La Reserva Federal estadounidense subió de golpe el precio del dinero el pasado mes de junio en 0,75 puntos, el mayor incremento en casi 30 años. Una respuesta contundente a una inflación que se sitúa en su nivel más alto en las últimas cuatro décadas (8,6% en mayo), y que coloca las tasas en el 1,75%. El Banco de Inglaterra también dio un nuevo paso en el endurecimiento de su política monetaria tras incrementar los tipos en 25 puntos básicos (y ya van cinco veces consecutivas), con lo que el precio del dinero ya alcanza el 1,25%, una medida que pretende ser un dique de contención a un IPC que, en mayo, se situó en el 9,1%.

Ahora, todas las miradas están puestas en la reunión del BCE del próximo día 21, fecha en la que se espera que la máxima autoridad monetaria europea suba las tasas por primera vez en 11 años. A unos iniciales 25 puntos básicos, se iba a unir otro cuartillo el próximo mes de septiembre. Sin embargo, Lagarde aseguró en Sintra que está dispuesta llegar «tan lejos como sea necesario para contener la inflación», y que vuelva a la senda del 2%, abriendo así la puerta de par en par a unas subidas menos suaves que las inicialmente planteadas. Pocas contemplaciones con unos precios que se han encaramado hasta el 8,6% en el conjunto de la eurozona en junio, su máximo histórico. Solo el Banco de Japón parece haberse quedado rezagado, manteniendo una tasa negativa del 0,1%, lo que está siendo aprovechado por los grandes fondos bajistas para apostar contra los bonos nipones.

Si en 2012, el entonces presidente del BCE, Mario Draghi pronunció aquellas palabras de «The ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro and believe me, it will be enough» (« El BCE esta listo para hacer lo que sea necesario para salvar el euro, y créanme, será suficiente») para rescatar a la Unión Económica y Monetaria, que se asomaba al precipicio, ahora, tanto su sucesora, como el resto de sus colegas de los bancos centrales, también parecen dispuestos a hacer todo lo necesario para frenar la inflación, tomándose muy en serio su papel de «guardianes» de control de los precios.

En las sucesivas crisis, los bancos centrales, incluso con sus errores, han salido airosos, poniendo todos los medios para evitar el colapso económico, sacando toda la artillería a su alcance. Desde el inicio de sus programas de compra de deuda hasta la fecha, solo el BCE acumula en su balance 9 billones de euros y ha puesto en circulación de 7 billones que se ha sacado de la chistera, inundando de liquidez el sistema, algo similar a lo que hizo la FED al otro lado del Atlántico.

Sin embargo, ahora, la inflación les pone en una encrucijada, ya que un efecto que preveían «pasajero» y que vaticinaban que no pasaría de la primavera, amenaza con «enquistarse».

Estanflación

En este contexto, un nuevo «palabro» ha irrumpido en nuestras vidas, estanflación, un término que amenaza con unirse al acervo cotidiano, como hace una década lo hizo otro concepto económico: la prima de riesgo. Pero, ¿qué es la estanflación? Se trata de un fenómeno en el que convive un crecimiento económico débil con altas tasas de inflación. Se podría decir que es «la tormenta perfecta», en la que se unen todos los elementos para arrastrar a la economía al peor de los escenarios. La estanflación ocasiona graves perjuicios a la economía. El dinero pierde valor y las personas disminuye su poder adquisitivo. Además, impacta directamente sobre la productividad y, por ende, en el empleo, con lo que, al final, todo se traduce en un empobrecimientos general.

Aunque hay expertos que descartan por completo este escenario, lo cierto es que preocupa el hecho de que varios organismos, entre ellos el Banco Mundial, ya comienzan a alertar de un periodo de escaso crecimiento con una elevada inflación en los próximos años, y tanto Jerome Powell como el vicepresidente del BCE, el español Luis de Guindo, no han descartado que sus respectivas economías puedan entrar en recesión. Un escenario que recuerda, y mucho, a que vivió la economía mundial en los año 70. Y es que si las comparaciones son odiosas, en este caso, también son inevitables. Hace 40 años, el desabastecimiento de petróleo inició una espiral inflacionista que se tradujo en una inusual caída de la actividad, situación que tiene no poca similitudes con la que se está viviendo actualmente.

Los bancos centrales parece que han dado prioridad a frenar la inflación por encima de todo. Sin embargo, las malas noticias se puede convertir en buenas, ya que una desaceleración enfría la inflación y, por tanto, los temores sobre los tipos de interés.

Euribor y bonos, al alza

Por el momento, y a la espera de que el BCE suba los tipos, los efectos del cambio de sesgo de la política monetaria ya se están notando. Para empezar, el euribor , anticipando la subida de tipos en la eurozona, ha cerrado junio en el entorno del 1%, un nivel que no se veía desde hace más de una década. Ello se traduce en que, en una hipoteca media de 300.000 euros concedida a un plazo de 25 años, se encarecerá en más de 1.600 euros al año. El incremento de las tasas también se refleja en una subida del interés de los bonos, es decir, que para los países será más caro financiarse, ya que deberán ofrecer una rentabilidad más alta a sus acreedores, en un momento, además, en que las compras masivas del BCE han quedado atrás. En este sentido, el rendimiento del Bono español a 10 años alcanza ya 2,66%. De esta forma, la prima de riesgo (su diferencial con respecto al alemán), se sitúa en 111 puntos (aunque llegó a los 140 ante una perspectiva de alza de tipos en julio). Pese a que todavía se sitúa lejos de los 612 puntos que alcanzó en julio de 2012, lo cierto es que ha aumentado en 47 puntos en los últimos doce meses, y 37 en lo que va de año.

Fragmentación

Ante este nuevo contexto de subida de los tipos de interés, los ojos se posan inevitablemente en los países del sur de Europa, donde la elevada deuda pública de España (117% del PIB), Italia (150%) o Portugal (127%) reaviva en fantasma de la «fragmentación», es decir, la subida de la prima de riesgo de los países periféricos.

Para evitarlo, Lagarde ya ha pronunciado su propio «lo que sea necesario», asegurando que no le temblará el pulso en su lucha contra la inflación, pero sin olvidar a los países que pueden entrar de lleno en un crisis de deuda como consecuencia del incremento de las tasas. La institución que preside trabaja ya en un paquete de medidas, que incluye la reinversión de parte de los estímulos inyectados hasta ahora en el sistema y la puesta en marcha de un programa «antifragmentación», del que todavía se desconocen los detalles.

Del devenir de los acontecimientos y de que no se repitan situaciones del pasado, dependerá y, mucho, de las decisiones de política monetaria, en la que deberán compaginar aquello de puño de hierro con guante de seda.

Por eso, al igual que la leyenda que llevan impresa los dólares americanos, «In God we Trust (En Dios confiamos), los ciudadanos encomendamos ahora nuestros destinos a las decisiones que tomen los bancos centrales. «In Central Banks we Trust».

¿Qué hicieron sus antecesores?
Alan Greenspan llegó a la Reserva Federal estadounidense solo unos meses antes del estallido de la gran crisis de 1987, cuando Wall Street vivió su «lunes negro», un crash que anuló en una sola sesión buena parte de las ganancias acumuladas durante cinco años. El entonces presidente americano, Ronald Reagan, lo fichó para sustituir al controvertido Paul Volcker. Su intervención fue clave para lograr el saneamiento de sistema financiero estadounidense. Elevado casi a la categoría de héroe nacional, tanto republicanos como demócratas contaron con él como responsable de la FED, en un larguísimo mandato que se prolongó por más de 18 años. Considerado por unos como el artífice del milagro económico americano, que consiguió un crecimiento sostenido del PIB durante ocho años, con una inflación controlada y unos niveles cercanos al plenos, otros muchos le reprochan que el mantenimiento del periodo prolongado de tipos bajos, y el aumento de la oferta monetaria, unido a la falta de regulación de los mercado financieros, como el de derivados («un arma financiera de destrucción masiva», según Warren Buffet), alimentaron la «burbuja crediticia» que llevó colapso de Lehman Brothers, iniciando una de las peores crisis económicas de la historia. En cualquier caso, Greenspan siempre se erigió como un guardián de la inflación, y a controlarla dedicó sus esfuerzos durante las casi dos décadas que duró su mandato. Una vez que la Unión Económica y Monetaria echó a andar y que se creó el BCE, tanto Greenspan como el primer presidente del “banco de bancos” europeo, el holandés Wim Duisemberg, siempre defendieron que el control de los precios era indispensable para mantener un crecimiento sostenido. Durante el tiempo que ambos coincidieron al frente de sus respectivos bancos centrales a uno lado y a otro del Atlántico, aplicaron mano dura con los tipos de interés cuando fue necesario, que llegaron a subir en 2001 hasta el 6,5%, en Estados Unidos, y al 4,75% ante un contexto de fuerte expansión económica.
Ben Bernanke, quien sucedió a Greenspan en 2006, pasará a la historia como el artífice de la mayor expansión monetaria de la historia de la institución. Su estrategia para combatir la crisis, seguida por sus colegas de Reino Unido, zona euro y Japón, consistió básicamente en reducir los tipos de interés a corto plazo a prácticamente el 0%, al mismo tiempo que presionaba a la baja el interés a largo plazo mediante la compra masiva de deuda bancaria y pública. Con esta adquisición indiscriminada de activos, el balance de la FED llegó a los 4,1 billones de dólares, equivalente al 25% del PIB americano, el cual fuer heredado por Jannet Yellen cuando tomó posesión de sus cargo en 2014, convirtiéndose en la primera mujer en asumir el puesto. Yellen, que fue promovida por Barak Obama, dejó a su sucesor Jerome Powell una economía que crecía a un ritmo del 3%, una inflación del 2,1% y un desempleo del 4,1%.
Mientras, en Europa, Jean-Claude Trichet (sucesor de Duisenberg), será recordado por mantener una inflación débil y una moneda fuerte, aunque también por el caos bancario y las tensiones en el seno del BCE. Después vendría Mario Draghi, el «hombre que salvó al euro». El italiano, sin duda, tuvo que lidiar con la época más turbulenta de la historia, lo que le llevó a tomar decisiones arriesgadas, como sus famosas subastas de liquidez (TLTRO) para la banca, con la que luego compraban deuda soberana.
Ahora, la historia de la política monetaria en Europa y Estados Unidos la están escribiendo Christine Lagarde y Jerome Powell. De ellos y de sus decisiones, dependerá que sea recordador como héroes o como villanos.