Banca
Amistades y venganzas en el Banco de España
José Luis Escrivá, en el tiempo que lleva de gobernador, ha vuelto del revés al Banco de España y el anuncio de la reforma del histórico Servicio de Estudios es el punto de inflexión definitivo
Marco Aurelio (121-180) defendía que «abstenerse en la imitación es la mejor venganza» Siglos después, el francés Pierre Choderlos de Laclos (1714-1803), en «Las amistades peligrosas», acuñaría que «la venganza es un plato que se sirve frío». José Luis Escrivá, en el tiempo de un embarazo –que es lo que lleva de gobernador–, ha vuelto del revés al Banco de España, como si fuera un calcetín. Es probable que no haya terminado, pero el anuncio de la reforma y descafeinización del histórico Servicio de Estudios es el punto de inflexión definitivo. Escrivá tenía un modelo de Banco de España desde mucho antes de que fuera designado gobernador. Nunca lo ocultó y, de hecho, explicaba a quien quería escucharle cuál era su diseño. Eso sí, hasta casi el último momento, intentaba ocultar –con éxito desigual– que soñaba con el puesto. Tampoco escondía que sus opiniones no coincidían –cuando no eran contrarias– con las de, por ejemplo, José Luis Malo de Molina, director general del Servicio de Estudios desde 1992 hasta 2015, que marcó toda una época, iniciada en 1971 por Luis Ángel Rojo (1934-2011), que sería gobernador más tarde. Pablo Hernández de Cos, predecesor de Escrivá al frente del Banco de España, también procedía del mismo departamento.
Los integrantes del Servicio de Estudios, luego llamada Dirección General de Economía, eran, de alguna manera, la aristocracia técnica del banco, admirada y envidiada, dentro y fuera de la entidad. Ha sido, y todavía es, el «pensadero» económico y centro de análisis más importante y prestigioso de España que, además, salvo en los tiempos de Miguel Ángel Fernández Ordóñez y Luis Linde, hacía de Pepito Grillo del Gobierno de turno, al que ponía colorado con frecuencia. Todo indica que es una etapa pasada y el tiempo juzgará la decisión de Escrivá. Por supuesto, sus fieles, aplauden los cambios y el Gobierno espera, al menos de momento, quedar al margen de sus críticas. Sus detractores, sobre todo dentro de la institución, entre ellos antiguos compañeros –Escrivá empezó su carrera en el Banco de España– ven una cierta venganza en sus decisiones, aunque sea por la vía de abstenerse en la imitación, como sugería el emperador Marco Aurelio.