Banca
La UE se blinda ante la crisis financiera pese a no lograr la Unión Bancaria
Aunque no ha puesto en marcha un fondo común de garantía de depósitos, el BCE y la UE ofrecerán liquidez inmediata junto al resto de bancos centrales
El 15 de septiembre de 2008, la quiebra de Lehman Brothers desató un tsunami financiero en todo el mundo. No solo sacudió lo cimientos de Wall Street sino que también arrastró a una crisis de sucesivas ramificaciones que llegó a poner en cuestión la supervivencia del euro y dejó a la vista todas las debilidades tanto del sistema financiero europeo como de la arquitectura en la que se sustentaba la creación de la moneda única.
Según la famosa teoría del caos, el movimiento de las alas de una mariposa puede sentir al otro lado del mundo. La mariposa comenzó a aletear y nadie pudo presagiar sus consecuencias. La exposición de las entidades financieras europeas a los fuegos de artificio de Wall Street llevó a una oleada de rescates con dinero público; la crisis de liquidez agravó el estallido de la burbuja inmobiliaria en España y desató el pánico cuándo se descubrió que Grecia llevaba años mintiendo sobre sus verdaderas cifras de déficit público. La crisis de financiera se convirtió en una de deuda y los países periféricos de la zona euro –Grecia, Irlanda, Chipre y España– tuvieron que ser rescatados con dinero de los contribuyentes europeos a cambio de una dura política de austeridad y mientras se diseñaban contrarreloj mecanismos de ayuda que nadie había previsto cuándo se creó el euro. Después de que Grecia estuviera a punto de salir de la moneda única y un doloroso tercer paquete de auxilio, las aguas fueron poco a poco volviendo a su cauce gracias, sobre todo, a las palabras del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, «el Banco Central Europeo (BCE) está preparado para hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro y, créanme, será suficiente».
La quiebra de los bancos estadounidenses y la frágil situación de Credit Suisse han evocado los peores fantasmas de Lehman Brothers, aunque las autoridades europeas repiten una y otra vez que la exposición de las entidades financieras europeas es muy limitada y que ahora mismo el sistema bancario europeo está mucho mejor preparado que en 2008. Efectivamente, desde entonces la zona euro se ha afanado en completar la denominada unión bancaria, pero con dudas y trompicones. El éxito ha sido relativo. Los países europeos han avanzado en dos pilares: un supervisor común para toda la zona euro, tarea que recae en el BCE- y un sistema de asunción de pérdidas para que los contribuyentes no tengan que volver a salir al rescate de los bancos.
El Banco Central Europeo supervisa directamente las 113 entidades de crédito significativas que representan el 82% de los activos bancarios. El propósito es poner el foco en aquellas entidades consideradas sistémicas cuya caída puede arrasar con todo. El resto de los bancos continúan siendo vigilados por las autoridades nacionales, pero esto no significa que el BCE no puede decidir ejercer la supervisión directa de entidades más pequeñas si así lo considera necesario. La entidad monetaria tiene potestad de realizar revisiones e incluso inspecciones in situ e investigaciones; conceder o revocar licencias bancarias; evaluar adquisiciones bancarias y ventas de participaciones cualificadas; asegurar el cumplimiento de las normas prudenciales y aumentar los requerimientos de capital para prevenir riesgos.
Por su parte, el Mecanismo Único de Resolución se encarga de pilotar la resolución de un banco no viable para que sean los accionistas y tenedores de deuda los encargados de asumir pérdidas sin tener que recurrir al dinero de los contribuyentes, tal y como sucedió tras la quiebra de Lehman Brothers y protegiendo a los ahorradores. La primera entidad europea en estrenar este nuevo modelo fue el Banco Popular en junio de 2017. Este mecanismo cuenta con un fondo financiado por las contribuciones de las propias entidades financieras, si bien a partir de 2022 el MEDE –el fondo creado para rescatar a los países durante la crisis de deuda y sufragado con dinero público– es el prestamista de último recurso.
A esta arquitectura le falta una tercera e importante pata: un fondo de garantía de depósitos común en la zona euro que pueda salir al rescate de los ahorradores de un país europeo si el fondo nacional se agota. En noviembre de 2015 la Comisión Europea propuso su creación (EDIS por sus siglas en inglés), pero las reticencias de Alemania a mutualizar riesgos han hecho que su aprobación parezca completamente imposible. La experiencia demuestra que Berlín tan solo da grandes pasos en momentos de crisis. Todo dependerá de la gravedad de la situación y si la mariposa continúa o no revoloteando.
Mientras tanto, los principales bancos centrales el mundo se han conjurado para evitar la explosión de otra crisis. Para ello, ofrecerán liquidez durante siete días en operaciones diarias desde el 20 de marzo y hasta finales de abril. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, confirmó ayer que si las medidas de liquidez «no fueran suficientes, el BCE es capaz de proporcionar ajustes o hacer la recalibración que fuera necesaria para abordar cualquier riesgo de liquidez» que pudiese surgir. La jefa del emisor aseguró que las tensiones vividas en los últimos diez días en los mercados financieros «no son triviales», pero insistió en que la eurozona tiene un sector bancario «mucho más fuerte» que en la pasada crisis financiera, con niveles de capital y liquidez «muy por encima» de los exigidos.
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