Economía
El precio del dinero, en manos de los bancos centrales
Las subidas y bajadas de los tipos de interés están correlacionadas con los niveles de inflación. Los estímulos se retirarán cuando el crecimiento económico sea más vigoroso.
Controlar la tasa de inflación en torno al 2% mediante los tipos de interés y preservar la salud del sistema financiero a través de la inspección para evitar dilapidaciones de capital constituyen las dos funciones primordiales de unos bancos centrales que, en última instancia, interfieren en el precio final del dinero.Si la inflación está alta, explica Rafael Martins de Lima, profesor de CIFF Business School, el banco central sube el tipo y, por tanto, las entidades privadas han de pagar un mayor interés por el dinero que reciben. Consecuentemente, transferirán ese alto precio a sus clientes, que dejarán de comprar productos o de invertir. Y, al haber menos demanda, los precios tenderán a la baja. Por el contrario, si la inflación está baja, se reducirá el tipo de intervención. Por ende, los bancos privados prestarán el dinero a un tipo menor, lo que impulsará el consumo y la inversión.
En un escenario de tipos casi cero y con una economía renqueante, los gobernantes y los banqueros centrales acuden a formas imaginativas de movilizar la economía. El profesor de CIFF Business School piensa que, sin duda, las más eficientes, pero que requieren un tiempo de maduración, son las medidas de desarrollo sectorial. De igual modo, considera que «las políticas monetarias son más mediáticas, aunque en el largo plazo no son la panacea». Entonces, ¿son los bancos centrales los guardianes de las divisas? Martins cree que «una economía basada en el valor de una moneda es un engaño».
La Fed y el BCE son los principales bancos centrales. Si bien ambas entidades actúan de manera similar a la hora de controlar la inflación, la Reserva Federal también ha de velar por los niveles de empleo y de crecimiento. «Europa y Estados Unidos han transferido riqueza al mundo emergente, especialmente hacia China en los últimos 10 años, lo que ha impedido, entre otras razones, el despegue de la economía europea». Martins sostiene que en el futuro habrá empresas que vuelvan a Europa y que insuflen el crecimiento. «En ese momento se podrían acabar gran parte de las políticas expansivas», apostilla.
Los estímulos generarán una especie de «bomba» de inflación, que se ha ido creando con las compras de activos a precios superiores a los de su valor real. «Estas pérdidas aflorarán, la moneda se devaluará y se generará inflación». El principal temor para los bancos centrales, según Martins, es un crecimiento excesivo de esa «bomba», que elevaría alarmantemente los tipos de interés. «Esta situación sería muy perjudicial, sobre todo, para España, ya que los bancos privados han prestado a los particulares usando tipos variables referenciados al euribor en las hipotecas. Una subida del referencial hipotecario a niveles del 5% crearía un problema adicional en nuestra economía y en el sistema financiero», concluye.
Blindaje del G20
El batacazo de la economía china y la previsible subida de tipos estadounidenses supusieron los temas «estrella» sobre los que discutieron los ministros de Economía de los países del G20. La reunión concluyó con el compromiso de mitigar incertidumbres y de evitar una guerra de divisas, así como de comunicar con claridad cualquier decisión en política monetaria para impedir efectos como los producidos por la inesperada devaluación del yuan. También prometieron continuar aplicando reformas estructurales y reducir el intervencionismo público en la economía para permitir que sea el mercado el que regule el valor de las divisas. «China debería dejar que su tasa de cambio reflejara su valor real», afirmó Jack Lew, secretario del Tesoro estadounidense. En el comunicado se reiteró la promesa de abstenerse de devaluaciones competitivas y de cualquier forma de proteccionismo.
¿Guerra de divisas?
La primera vez que escuchamos este término fue hace seis años, con la queja de algunos gobiernos de países en desarrollo (el brasileño, el primero) al impacto negativo sobre el dólar de las medidas de tipo cuantitativo aplicadas por la Fed. Después hubo hasta dos QE adicionales en Estados Unidos, con tipos de interés nulos, en un contexto de elevada inestabilidad de la moneda norteamericana. De hecho, ahora el dólar se ha apreciado frente al real brasileño más del 120% en un año y está en su nivel más alto de la serie histórica reciente. ¿Conclusión? Son las expectativas de los agentes sobre la evolución económica los que marcan la dirección de las monedas. Aunque a muy corto plazo sí podemos ver que las medidas de política monetaria (entre otros factores) pueden hacer que una divisa se deprecie o aprecie más allá de su nivel de equilibrio.
Es evidente que la evolución de las divisas puede llegar a ser importante para la gestión de la política económica. Pero ningún banco central, sea de un país desarrollado o emergente, declarará que hay un objetivo oficial para la moneda o una política de tipo de cambio. Por ejemplo, de forma reciente hemos escuchado como algunos consejeros del BCE han mostrado su contrariedad por la apreciación del euro, advirtiendo de su posible impacto a la baja en la inflación y mayor debilidad económica. Pero, siempre, bajo la premisa de que el tipo de cambio lo fija el mercado. Otra cosa es que, si la evolución de la divisa afecta de forma negativa a los objetivos de política monetaria, se podrían tomar medidas para contrarrestarlo. Y esto, sin duda, tendría un impacto a corto plazo en la divisa. ¿Mejoraría la competitividad de la zona euro? Claro que sí. Pero, de nuevo, como resultado de un deterioro de las perspectivas de crecimiento. Recuerden siempre que son los flujos de capital, y no tanto los comerciales, los que determinan la evolución de las monedas. Y el capital se mueve en función de la rentabilidad futura, fácilmente identificable con las expectativas de crecimiento.
El problema surge cuando se combina un exceso de capital a nivel mundial en un entorno de baja rentabilidad potencial a corto plazo y pobres perspectivas económicas a medio y largo. Éste es el entorno en que nos movemos. Las divisas aquí, su abaratamiento o encarecimiento en términos fundamentales, pueden convertirse en un factor adicional para invertir en un país o en una zona determinada. Esta inversión no sólo supone una mejora de las condiciones financieras como también puede llegar a ser muy relevante para aumentar la capacidad de crecimiento del país. En definitiva, puede haber una lucha implícita vía divisas para aumentar la demanda en una situación, la actual, donde el principal problema económico es precisamente la falta de demanda. Llevado a extremo podría conducir a restricciones en el comercio mundial y hasta en los movimientos de capital. Esto sería muy negativo, la puntilla para unos mercados financieros dominados por la incertidumbre e inestabilidad. Y para las perspectivas de crecimiento mundial, que ahora se mueven a corto plazo entre una moderada recesión o recuperación.
Es fundamental que las autoridades políticas busquen la cooperación frente a la confrontación para mejorar las perspectivas de crecimiento mundial. Y es imprescindible que las políticas monetarias también sean coordinadas, algo que de forma implícita acaba de asumir la Fed al mantener sus tipos de interés por el difícil contexto internacional y pese a la mejora económica norteamericana. No podía ser de otra forma, siendo el dólar la principal moneda de reserva e intercambio.
✕
Accede a tu cuenta para comentar