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Manipuladores, charl...

Manipuladores, charlatantes, «escaqueadores», son ejemplos de trabajadores que nos pueden resultar insorportables

El trabajo es una jungla en el que conviven todo tipo de empleados
El trabajo es una jungla en el que conviven todo tipo de empleadoslarazon

El trabajo es una jungla y convivimos con personalidades muy variopintas. Los expertos aconsejan a los líderes dedicar el 80% de su tiempo a cuidar a cada uno de los trabajadores por el bien de la organización. Hay quienes aborrecen los lunes por el hecho de tener que volver al trabajo y encontrarse con sus compañeros. Empiezan a tatarear la mítica canción «I dont like mondays», de Bob Geldof, o buscan cualquier excusa para no salir de casa. Manipuladores, «escaqueadores», charlatanes, son algunos ejemplos de compañeros que nos pueden resultar insorportables. Es importante establecer ciertos límites con ellos, ya que nos ayudará a sobrellevar nuestro día a día en el trabajo. «Un porcentaje muy alto de las dificultades de realizar un buen trabajo suele derivar de relaciones tensas, sobre todo en puestos que requieren de trabajo en equipo», argumenta Alexandre Coffin, director de Walters People.

Roberto Luna, catedrático de Dirección de Empresas de la Universidad de Valencia, nos da las pistas para identificarlos y no convertirnos en sus víctimas. Puede que tengamos cualquiera de las siguientes personalidades que hace que el resto de trabajadores huya de nosotros:

El charlatán: Es el más peligroso. En las reuniones provoca el caos. Habla muy deprisa y desconcentra al personal. Es difícil de controlar. Hay que advertirle de que está hablando demasiado, pero no de manera directa porque puede volverse agresivo.

El astuto: Durante las reuniones suele estar callado, parece tímido y por eso no se le tiene muy en cuenta. Sin embargo, está observando y esperando a detectar alguna debilidad del jefe. Es cuando sale de su aparente «ensimismamiento» y puede soltar en mitad de la reunión un: «Nos estás haciendo perder el tiempo», llevando la reunión a una situación tensa. Utiliza un lenguaje agresivo. El líder debe procurar no rebajarse a su nivel, sino utilizar técnicas para que el resto del equipo le salve de la situación, con preguntas del tipo, ¿qué opináis los demás? En ningún caso, el líder debe perder los papeles. Una buena estrategia para «quitárselo» de encima es que el jefe comparta con él su liderazgo (a tus enemigos cuanto más cerca mejor).

El narcisista: Habla siempre en las reuniones, quiere que todo el mundo le mire, que le adoren. En estos casos, Luna aconseja trabajar la empatía para que no se centre tanto en su propia figura o en su contribución valorando la del resto.

El «sabelotodo»: Utiliza mucha información externa, pero no es capaz de hacer ninguna aportación personal. En estos casos habría que preguntarle: ¿Y tú qué piensas?

El rígido: Entorpece las reuniones. Tiene un único pensamiento y es imposible hacerle cambiar de opinión. Impide que se avance. Es complicado de manejar.

El apático: Suele llevar muchos años en la empresa y ya sabe qué va a pasar cuando entra la reunión. Cree que aquello no va a tener ningún sentido. Muestra desdén, es el típico que golpea con el «lapicito» en la mesa, dice Luna, que desconecta de la reunión. Ha vivido tantas cosas negativas que se comporta como un zombi, como si no estuviera. Necesitamos convencerle de que hay cambios en la organización, que dé una nueva oportunidad a la empresa y a la gente, es la única manera de sacarlos de esa posición enrocada donde creen que de nada van a servir sus esfuerzos.

El «escaqueador»: Se lleva el mérito sin haber pegado «golpe». No ha estado en el trabajo duro, pero sí en la presentación del informe. Si los directivos no se comunican con los subordinados ni se enteran de su existencia.

El «pelota»: Es un clásico. Busca promocionarse al apoyar a los que tienen poder cualquiera que sean las decisiones que tomen. Lo más recomendable es hacerles alguna pregunta concreta para que tengan que posicionarse.

El manipulador: Es un animal político, busca el poder absoluto. Si se genera una cultura de la meritocracia poco espacio tiene. Es la mejor manera de mandarle el mensaje: céntrate más en aportar tu talento, trabajo y esfuerzo y menos en generar corrillos políticos en tu beneficio.