Opinión

La marcha atrás de la globalización

La globalización ya existía antes de la I Guerra Mundial. Nadie creía que pudiera desaparecer. Sin embargo ocurrió y no resurgió hasta finales del siglo XXI. Hay temor a que la historia se repita

La próxima cita electoral de Donald Trump son las primarias de New Hampshire del martes
Donald Trump está muy cerca de lograr la nominación republicana a la Casa BlancaJim Lo ScalzoAgencia EFE

John Maynad Keynes (1883-1946), en su libro «Las consecuencias económicas de la paz», publicado en 1919, escribió que antes de la recién terminada Primera Guerra Mundial, «el habitante de Londres podía pedir por teléfono, mientras se tomaba el té de la mañana, diversos productos de toda la Tierra, en la cantidad que considerase adecuada, y esperar razonablemente una pronta entrega en su domicilio». También era posible mover capitales con libertad y las personas podían viajar por casi todas las partes del mundo incluso sin pasaporte. Todavía más importante, millones de trabajadores buscaron y encontraron empleo y estabilidad en otros países. La Guerra Mundial, la crisis del 29 y la Gran Depresión acabaron con todo aquello por un largo periodo. Habría que esperar casi un siglo para que un residente de Londres, París o Madrid pudiera hacer –y ahora tener una respuesta más rápida– que lo que describía Keynes de quien pedía lo que quería por teléfono desde la capital británica.

Un siglo después,la gran duda es si estamos ante una repetición de la historia, con una marcha atrás evidente de lo que ahora se llama «globalización», pero que también existió en el pasado, aunque no con la misma inmediatez. Todavía es posible pedir cualquier cosa desde cualquier sitio y, salvo excepciones, recibirla, pero hay quienes trabajan para evitarlo. La Gran Recesión iniciada en 2008 fue el principio de una desglobalización que se acentuó con la pandemia de la COVID-19. Todo coincidió con el auge de políticas populistas, proteccionistas y nacionalistas en muchos países, sobre todo a ambos lados del Atlántico y que también incluye a España.

Donald Trump llegó a la Casa Blanca con la bandera de la des-globalización. No fue el único, ni mucho menos. Boris Johnson dejó al borde del precipicio al Reino Unido, que no puede volver a la Unión Europea, pero necesita volver a liberalizar sus relaciones económicas con el continente, como ha apuntado Martin Wolf en «Financial Times». Giorgia Meloni también se subió a la corriente antiglobalización para alcanzar el poder y Marine Le Pen defiende algo parecido en Francia con tantas expectativas que ha obligado a Enmanuel Macron a dar un volantazo a su politica para intentar contrarrestar su ascenso. En España y en el otro extremo, Pablo Iglesias escoró al Gobierno de Pedro Sánchez contra todo lo que sonara a globalización y su sucesora designada y ahora enemiga declarada, Yolanda Díaz, intenta ir todavía más lejos. El resultado, unido a la compleja situación política, es una especie de esquizofrenia gubernamental o bipolaridad política. El inquilino de la Moncloa, por ejemplo, viaja al Foro de Davos y reclama inversiones extranjeras. Al mismo tiempo, se ponen trabas –incluso lógicas– para la llegada de ciertos capitales con la excusa de la protección de las empresas estratégicas nacionales. Por si fuera poco, la vice Díaz, quizá porque no le sonríen las escuestas, abraza el populismo, con dosis de intolerancia y algo de ignorancia, y arremete contra empresas y directivos. Quiere una especie de cogestión, con trabajadores en las direcciones de las empresas, y sueña con limitar los salarios más altos. Es el desideratum de la falsa igualdad, como la celebración por parte de José María Álvarez, secretario general de UGT, de que tres millones de esañoles perciban el Salario Mínimo Interprofesional. Lo lógico sería festejar que cada vez lo perciben menos personas porque el resto ganan más.

La carrera de Trump hacia la presidencia de Estados Unidos, cuando ya solo le queda una rival republicana, Nikki Haley, levanta todas las alertas antigobalización. Si como parece logra la nominación y consigue vencer a Biden en noviembre, Estados Unidos impulsará el retroceso de la globalización y es muy probable que haya un cierto efecto dominó. La Unión Europea no tendrá más remedio que defender su economía y es probable que haya nuevas restricticciones a los movimientos de mercancías y de personas y, de alguna manera, de capitales. La globalización de la información y del conocimiento, en tiempo de comunicaciones instantáneas, es imparable, pero sin duda tampoco suficiente.

Por último, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha publicado un informe en el que afirma que, aunque todavía no haya una fractura de la economía mundial en bloques rivales, una verdadera guerra fría supondría una reducción del PIB mundial de hasta un 7 %, es decir, una catástrofe económica. Hace más de 100 años, justo antes de la Primera Guerra Mundial, nadie imaginaba que pudiera ocurrir, pero sucedió y desapareció aquel mundo en el que un londinense podía pedir lo que fuera de cualquier parte y recibirlo más o menos pronto, como recordaba Keynes.

Urgencia en los resultados de la investigación a Grifols y Gotham

La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), que preside Rodrigo Buenaventura, ha iniciado una investigación sobre Grifols y los problemas denunciados por el fondo bajista Gotham. Al mismo tiempo, también investiga al denunciante para contrastar la veracidad o no de las acusaciones a la empresa española. La CNMV tardará semanas pero, aunque el trabajo es complicado, debería acelerarlo, caiga quien caiga, para evitar la sensación de que España no es un mercado fiable.

La reforma de la financiación autonómica exige un pacto político en dos temas

FEDEA, uno de los principales think-tanks económicos españoles, que dirige Ángel de la Fuente, acaba de iniciar la publicación de una serie de trabajos sobre «políticas públicas», con el objetivo de que sean de interés ante los retos de esta legislatura. El primero, dedicado a la financiación autonómica, apunta que hay dos asuntos que requieren un pacto político: la cantidad de bienes y servicios que se desea disfrutar y se pueden financiar y la redistribución entre territorios ricos y pobres.