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Amnistía fiscal

«Tengo tranquilidad mental»

La Razón
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Sin venirse abajo y nada alicaído públicamente, aunque la decepción y la rabia vayan por dentro. Tras una noche aciaga y una mañana, de viernes, de registros policiales en su despacho, Rodrigo Rato almuerza con su familia y algunos colaboradores cercanos. Allí están sus tres hijos, María Ángeles, Ana Montserrat y Rodrigo. Su actual pareja y novia desde hace años, la periodista Alicia González Vicente. Su ex mujer, Ángeles Alarcó, y la persona que ha sido su mano derecha durante tantos años, la fiel y eficaz secretaria Teresa Arellano. Han sido horas horribles, agotadoras, pero Rodrigo les transmite un claro mensaje: «Tengo una gran tranquilidad mental, el control de todos mis actos y una ineludible colaboración con la Justicia». Lo dice rotundamente y les deja a todos con la boca abierta.

En este trago amargo no ha faltado la presencia de su abogado, Ignacio Ayala, uno de los mejores penalistas de Madrid, perteneciente al bufete del prestigioso Horacio Oliva. Desde el primer momento, Ayala y otros letrados del despacho estuvieron con Rato, quien, en todo momento quiso estar presente en los registros. «No era necesario y legalmente podía haberse ausentado», matizan en su equipo jurídico. Pero Rodrigo fue tajante: deseaba estar presente en todo el operativo. Lo hizo en la tarde y noche del jueves. Y en la mañana del viernes, hasta que los funcionarios policiales y de la Agencia Tributaria le permitieron usar el teléfono. Hasta entonces ni él ni sus personas cercanas tuvieron autorización para hacerlo.

¿Y cómo está Rodrigo?, preguntaban muchos en sus mensajes de e-mail y telefónicos una vez levantado el veto policial. «Le han tratado peor que a nadie, que a los Pujol, que a Iñaki Urdagarín, que a cualquier otro bajo sospecha», dicen en su entorno familiar y algunos de los pocos leales que aún le quedan. El hombre que fue un día ministro «milagro» del PP, todopoderoso vicepresidente económico y director del Fondo Monetario Internacional, ha pasado las horas más horribles de su vida. «Dolorido y decepcionado, pero con un control mental absoluto», aseguran en su entorno más cercano. Frente a la consternación de sus hijos en el domicilio de la calle madrileña Don Ramón de la Cruz, Rodrigo mantuvo una cabeza fría imponente. Y así estuvo acompañado en todo momento por su pareja, la periodista Alicia González Vicente, y sus tres hijos, María Ángeles, Ana Montserrat y Rodrigo. Curiosamente, dos de ellos estudian en Estados Unidos pero se encontraba de vacaciones en Madrid.

Fue una noche terrible, y peor aún, la mañana siguiente, cuando continuaron los registros policiales en su despacho de la calle Castelló. Las llamadas estaban restringidas por orden judicial y Rato sólo pudo hablar con su ex mujer, Ángeles Alarcó, actual directora de la Red de Paradores del Estado, su hermana Ángeles, algunos de sus sobrinos, y dos de los colaboradores que le han acompañado toda la vida: su eterna y leal secretaria Teresa Arellano, y José Manuel Fernández Norniella, mano derecha en todos los puestos desempeñados. Nadie del Gobierno, nadie del PP, nadie del escenario parlamentario y financiero, pudo hablar con Rato. Lo que sí recibió, admiten fuentes de la familia, es muchos mensajes vía email y telefónicos. «Le han tratado como a un villano», afirman indignados en su entorno.

Su colaboración con los funcionarios fue total. Tanto en su domicilio como en el despacho profesional, Rato entregó cuantos documentos le fueron solicitados. Un registro enorme, exhaustivo, que Teresa Arellano fue cuidadosamente seleccionando para las autoridades tributarias. En medio de este embrollo, a Rato le reconfortó especialmente una declaración, la de Ignacio Ruiz Jarabo, director de la Agencia Tributaria bajo su mandato. El ex dirigente de la AEAT ha sido el único, hasta el momento, en defender públicamente la inocencia de Rodrigo Rato. «Qué cobardes son otros que tanto le deben», se lamentan en el círculo próximo del hombre que más poder acumuló nunca en la historia económica de España.

En estas horas tremendas, Rodrigo respondió a todas las preguntas que se le hicieron. «Un interrogatorio duro, minucioso y extremadamente largo», explican quienes estuvieron presentes. Y sus respuestas siempre se basaron en tres negativas rotundas: Ni dinero en paraísos fiscales, ni fondos de procedencia ilícita, ni venta de bienes fraudulenta. A pesar de algunas increpaciones públicas, de gentes apostadas en la calle, Rato ha querido en todo momento estar presente, en persona, en todas las diligencias. «Su cabeza fría y su control mental son absolutos», insisten en el entorno familiar y colaboradores cercanos. «Ha tenido mucho poder y ahora parece que no se lo perdonan», denuncian enojados. Ayer, Rato, en declaraciones a Efe aseguró que no tiene ninguna sociedad «ni en un paraíso fiscal y, ni siquiera, fuera de la Unión Europea».

Ahora, le esperan extensas, largas reuniones con su equipo de abogados para preparar su defensa. Ha vuelto a manejar esa pequeña pelota de tenis que tiene en su mesilla desde hace tiempo y cuyo masaje le combate el estrés. Incluso a los postres del almuerzo con sus hijos les sugirió una partida de ajedrez, afición que le viene de familia y que siempre consideró un buen ejercicio mental. Frío, con el coraje contenido, piensa colaborar con la Justicia hasta el final y demostrar su inocencia. Alguien muy cercano bien lo define: «Aunque algunos quieran hundirle, todavía hay Rodrigo para Rato».