Editoriales
Sánchez paralizado por el virus
No es posible dejar la adopción de medidas extraordinarias al criterio de actores sociales que, por razones obvias, ni tienen los conocimientos científicos adecuados ni disponen de información para tamaño reto.
El término que más exactamente define la actuación del Gobierno ante la crisis del coronavirus es «dispersión», pues no de otra forma se entiende la ausencia de directrices claras por parte de quien, a través del Sistema Nacional de Protección Civil, tiene los instrumentos legales y operativos oportunos para desarrollar una estrategia creíble frente a la expansión de los contagios. Ciertamente, el hecho de que la gestión de nuestro sistema sanitario esté transferida a las comunidades autónomas exige un mayor esfuerzo de coordinación al Ministerio de Sanidad, que dirige Salvador Illa, pero no justifica la multiplicidad de mensajes y recomendaciones que, en última instancia, dejan la adopción de medidas extraordinarias al criterio de actores sociales que, por razones obvias, ni tienen los conocimientos científicos adecuados ni disponen de una información fiel y contrastada para tamaño reto.
Valga como ejemplo, la confusión que se ha instalado en el mundo empresarial y entre las representaciones sindicales ante la guía difundida por el Ministerio de Trabajo para frenar la epidemia en entornos laborales. Confusión que se agrava ante la concurrencia de diversos factores externos que pueden llevar al cierre temporal de una empresa, como la falta de suministros por la paralización de la industria china. O la posición comprometida en la que se deja al presidente del Getafe, Ángel Torres, al que se le transfiere la responsabilidad de celebrar un encuentro de fútbol internacional a puerta cerrada o con público, puesto que no hay una instrucción clara por parte de las autoridades sanitarias, sino una «recomendación» que, sin embargo, no reza para otras concentraciones ya convocadas, como la manifestación feminista del 8 de marzo en Madrid, que se prevé multitudinaria y que reunirá a personas provenientes de diferentes puntos de España.
Cuando reclamamos una actuación del Gobierno acorde con el estado de riesgo sanitario que afecta a España, no nos referimos, por supuesto, a que el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, se fotografíe en uno u otro de los centros de control epidemiológicos que están al pie del cañón, sino que, como han hecho otros mandatarios europeos, tome las riendas de un Gabinete de crisis, coordine la información y las actuaciones sanitarias, y, sobre todo, decida qué medidas extraordinarias de protección y cuarentena hay que adoptar de acuerdo a criterios científicos. Que la Consejería de Sanidad del Gobierno autónomo vasco tenga que reclutar médicos a toda prisa para hacer frente a la emergencia surgida en uno de sus hospitales, abunda en lo que decimos.
Mientras se multiplican los casos de contagios, que ya alcanzan a los primeros niños, y se hace patente que la infección por el Covid-19 se va a extender en las próximas semanas e, incluso, meses, con la inevitabilidad de que se produzcan más fallecimientos, lo cierto es que la opinión pública española, aunque preocupada, no está cediendo al pánico ni adoptando comportamientos reprobables movidos por el miedo. Pero no se puede exigir a una sociedad que soporte el continuo goteo de casos con tranquilidad rayana en el estoicismo y, al mismo tiempo, mantener esa dispersión de mensajes a la que nos referíamos al principio de esta nota editorial. Tarde o temprano el presidente del Gobierno tendrá que dar la cara y asumir las responsabilidades del cargo. Más vale que lo haga cuando aún hay tiempo de contener el brote epidémico. No se le pide que haga milagros, sino que ponga en marcha coordinadamente todos los medios que dispone un país como España, con uno de los sistemas sanitarios más avanzados del mundo, y que tome las previsiones oportunas para allegar aquellos medios que puedan hacer falta. Porque la evolución del coronavirus sigue siendo una incógnita.
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