Editoriales

Hubiera sido mejor contar con las empresas

España tiene algunas de las multinacionales más eficientes del mundo, con estructuras operativas muy consolidadas, que, puestas al servicio de un comité de emergencias eficiente, hubiera sido determinante contra la pandemia.

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E MariscalEFE

Sólo desde el prejuicio ideológico más abstruso se puede entender que el Gobierno de un país como España, enfrentado a una de las crisis sanitarias y económicas más graves desde el final de la Guerra Civil, no se haya apoyado en un sector como el empresarial, que cuenta con algunas de las multinacionales más eficientes del mundo, que nos han convertido en una potencia exportadora y que, como parecería evidente al más lego, cuentan con experiencia, relaciones institucionales y contactos personales en el exterior, amén de estructuras operativas muy consolidadas, que, puestas al servicio de un comité de emergencias eficiente hubiera paliado muchas de las carencias que han golpeado a nuestro sistema sanitario.

Y esto es así, porque frente a los obstáculos concatenados de la improvisación gubernamental, de la descoordinación y del menosprecio apenas disimulado de una parte del Ejecutivo de coalición, las empresas españolas, cada una en su nivel y área de actuación, han demostrado la eficacia, agilidad y profesionalidad a la hora de gestionar la llegada de recursos sanitarios que han faltado en nuestras autoridades. Es más, buena parte de esas operaciones se han llevado a cabo a costa del dinero de sus propios fondos, con contribuciones millonarias en favor de la sociedad y con un sentido del deber digno de todo elogio. Hay nombres que están en la mente de todos y que no serán olvidados por una ciudadanía agradecida, pero han sido, también, miles las pequeñas y medianas empresas que se han volcado en la emergencia sin preguntar el precio y sin regatear esfuerzos.

De ahí que sea profundamente perturbador que tamaño servicio a la nación, que continúa, haya provocado el «ofendido» rechazo de quienes se reclaman radicales de izquierdas, que hoy ocupan puestos en el Gobierno de Pedro Sánchez, empeñados en sostener como sea el relato de los malvados empresarios y banqueros, depositarios de todo mal, supuestos parásitos en un país de baja calidad democrática y carcomido por la desigualdad. Es el mismo discurso falaz con el que el comunismo de siempre, camuflado tras el movimiento de «los indignados», aprovechó la grave crisis financiera de 2008 para resurgir electoralmente. Son los mismos dirigentes que mantienen la foto fija de una España en blanco y negro, que apenas se reconocería en un franquismo residual, dispuestos en su fuero interno a extender sus presupuestos ideológicos, aunque sea en medio de la mayor tragedia que ha golpeado a los españoles. Les retrata la repulsiva superioridad moral con la que desprecian los argumentos y razonamientos de las organizaciones empresariales españolas, por supuesto, de las asociaciones de autónomos, que advierten del error de las medidas económicas adoptadas por el Gobierno y de las consecuencias terribles que éstas traerán para nuestro mercado laboral.

Son los mismos políticos de la extrema izquierda populistas que no tuvieron el menor empacho en acusar a los empresarios de medrar con la pandemia para adelgazar sus plantillas a bajo precio. Y, sin embargo, ese discurso de la España negra, del país rehén de una Transición hecha para perpetuar el régimen anterior, que ya veníamos escuchando con irritante reiteración desde los nacionalismos periféricos, choca con la espléndida realidad de un tejido empresarial que nos hace figurar entre los líderes mundiales en los campos de la ingeniería, el transporte, las telecomunicaciones, el turismo, la construcción, el automóvil, la banca, la energía, la logística, la sanidad y la alimentación. Ese es el retrato de la España real y es el que, sin duda, prevalecerá cuando pase todo. Y muchos emprendedores podrán decir con orgullo que ellos también hicieron su parte.