Gobierno de España

España debe hacerse respetar ante Rabat

«La pérdida de peso internacional del país nos debilita en el contencioso»

Mohamed VI, en una imagen de archivo/Efe
Mohamed VI, en una imagen de archivo/Efelarazon

Marruecos es un vecino incómodo, aliado en ocasiones y díscolo socio en otras. La relación bilateral ha estado salpicada de encontronazos, aunque también es cierto que los intereses comunes especialmente económicos han aliviado las asperezas hasta encontrar una interlocución colaboradora. Con todo, Rabat no pierde la ocasión de demostrar a España las complicaciones que puede generar en coyunturas en las que entiende que sus intereses son perjudicados o siente que no son correspondidos, incluso cuando se instrumentaliza a nuestro país como cortina de humo en momentos de tensión o crisis interna. Esta semana el primer ministro de Marruecos, Saadedine El Othmani, ha reabierto la añeja reivindicación de Ceuta y Melilla como territorios «marroquíes como el Sáhara» y ha avisado de que llegará el momento de recuperar el debate acerca de la soberanía de las dos ciudades autónomas de España en el continente africano. El Gobierno replicó con la convocatoria de urgencia de la embajadora de Marruecos en nuestro país para exigir explicaciones. Exteriores hizo lo que debía ante una evidente provocación del régimen alauí, que periódicamente pone sobre el tapete la cuestión de Ceuta, Melilla e incluso la de Canarias. Rabat conoce perfectamente que esa ensoñación con nuestros territorios africanos carece de la mínima legitimidad ni sustento legal, político e histórico. En cualquier caso, sería un error relativizar el discurso fabulado marroquí porque, aunque extemporáneo, no es inocuo ni trivial. Como es tradición con el reino vecino, es obligado contextualizar la bravata en un proceso que ha comportado la extensión irregular de su espacio marítimo hacia las aguas españolas de Canarias, el rearme de sus fuerzas armadas con ingente compra de material a Estados Unidos entre otros proveedores, la laxitud en el control de las mafias de la inmigración ilegal que ha derivado en otra crisis de los cayucos, el reconocimiento norteamericano de soberanía del Sáhara y roces en acuerdos económicos, entre otros. Obviamente, nada sucede por casualidad y en política internacional, menos todavía. Parece poco probable que el gobierno marroquí se hubiera planteado tantear las respuestas nacionales en tantos frentes si España no estuviera inmersa en un proceso de pérdida de peso internacional en manos de un gobierno socialcomunista, que ha generado desconfianza entre nuestros socios tradicionales y nos ha alejado de los centros de decisión como si fuéramos una potencia subalterna y no la cuarta economía del euro. Esa dificultad se ha agravado aún más con un vicepresidente que va por libre en un contencioso internacional como el del Sáhara, con tantas aristas y de hondas repercusiones para nuestro país. España debe hacerse respetar, recuperar la influencia exterior perdida y recomponer una consistente de red de alianzas y complicidades que sea lo suficientemente disuasoria. Lo peor es que la izquierda gobernante parece incapaz de ello.