Editorial

El ministro que no vino a luchar contra la pandemia

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Cuando Salvador Illa fue nombrado ministro de Sanidad, todavía no se había declarado la pandemia del coronavirus, a pesar de que días antes de la toma de posesión, el 13 de enero de 2020, la OMS anunció que había recibido de China las secuencias genéticas del nuevo coronavirus; y a principios de enero, el mismo organismo ya había publicado documentos de orientación sobre temas relacionados con la gestión del brote de una nueva enfermedad. Pero la misión de Illa no era controlar esta pandemia y poner los medios para que no llegase a España, o no con la vilurencia con la que lo hizo, sino hacerse cargo de un departamento “tranquilo”, sin apenas competencias, lo que le permitiría coordinar, en tanto que ministro-cuota por parte de los socialistas catalanes, las negociaciones con aquella “mesa de diálogo” -hoy superada por los hechos- con los partidos independentistas. Era evidente que no era la persona indicada para estar al frente de Sanidad, pero pronto Pedro Sánchez encontró el “relato” que le haría superar esta crisis, la que a él le afectaba: que los más de 80.000 muertos no supusieran ningún desgaste al Gobierno. De esta manera, el perfil de Illa fue útil para derivar toda la responsabilidad de su departamento hacia las comunidades autónomas, siempre que no fueran afines, y especialmente a la Comunidad de Madrid, que se eligió como símbolo de la mala gestión del PP. La bochornosa campaña contra el Hospital Isabel Zendal ha sido el mejor ejemplo. En definitiva, cuando el Gobierno estaba preparando esta irresponsable estrategia, Illa ya sabía que su objetivo era dar forma a su perfil de candidato para la Generalitat, y así se entiende mucho mejor es campaña contra Isabel Díaz Ayuso, como señuelo para la izquierda y también para el nacionalismo. Desde ese punto de vista, es lógico que no haya tenido que dar cuenta de su gestión -ni de la compra de mascarillas, ni de la coordinacioón de la vacunación- y que ni siquiera haya comparecido en el Congreso, un gesto inaudito, porque algo tendrá que decir el ministro de Sanidad de los 80.000 muertos. Pero su misión era aprovechar la dimensión pública de un ministerio, aunque fuese el que tenía que luchar contra el coronavirus, para presentarse luego a las elecciones catalanas, algo que, por lo menos moralmente es reprochable.