Editorial

La democracia no nos cayó del cielo

Hay que inculcar en los jóvenes que la lucha por la libertad nunca es gratuita

La democracia no nos cayó del cielo
La democracia no nos cayó del cieloMANUEL P. BARRIOPEDROEFE

Cuando se cumplen cuatro décadas de un episodio fundamental en la historia de la recuperación de la democracia en España, como fue la intentona militar fallida del 23 de febrero de 1981, la gran mayoría de los jóvenes desconocen que ese día estuvo en serio peligro el sistema de libertades del que hoy disfrutan. Al menos, así se desprende del sondeo de opinión que sobre ese acontecimiento ha elaborado «NC Report» para LA RAZÓN y que hoy publicamos. Más del 60 por ciento de quienes hoy tienen entre 18 y 34 años confiesa que no sabe qué pasó el 23-F ni quién dio el golpe ni cuál fue el papel de Don Juan Carlos en aquellas jornadas. Y, sin embargo, son los más críticos con la democracia española –cerca de un 30 por ciento de los consultados en ese franja de edad afirma que no es plena, frente al 80,2 por ciento del conjunto de la población–, son los que más creen que podría producirse un golpe militar y los que muestran mayor escepticismo sobre la vocación democrática de nuestros militares.

Tal brecha generacional en la percepción de la realidad política e institucional de España ni es lógica ni, sobre todo, responde a la verdad. Cabría preguntarse hasta qué punto nuestro sistema educativo, universal y obligatorio, ha sido incapaz o negligente a la hora de inculcar a los jóvenes que la lucha por la libertad nunca es gratuita, que exige una permanente vigilancia y que, por supuesto, no cae del cielo. Que la generación de sus padres y abuelos, muy conscientes, a tenor de las respuestas que ofrecen en el mismo sondeo, del riesgo que corrió la nación, pero también del éxito que supuso en todos los aspectos el proceso político y social que conocemos como la Transición, son el mejor referente frente a quienes distorsionan desde la demagogia más pedestre la realidad democrática española, movidos por objetivos puramente sectarios.

No tratamos, sería absurdo, de negar las graves dificultades económicas y sociales que atraviesa España y que afectan en mayor medida a los más jóvenes, pero sí de situar en la correcta perspectiva el valor de nuestro régimen constitucional, garantía del sistema de libertades, que es preciso defender. Ciertamente, es perfectible, como toda obra humana, pero está muy por encima de la vil caricatura con que lo dibujan sus adversarios, ya sea desde el nacionalismo más extremo o desde la izquierda populista. De ahí, que la conmemoración, hoy, en el Congreso, de aquel episodio que pudo dar al traste con la Transición, debería servir, más allá de las consideraciones sobre la idoneidad del formato propuesto, demasiado modesto a nuestro juicio, de homenaje a todos aquellos españoles que, sin distinciones, asumieron el compromiso y la tarea de hacer de España una gran nación, ejemplo de democracia y respeto a la libertad.