Editorial

El Papa interpela a un Occidente temeroso

El viaje de Francisco pone a la Europa que se dice cristiana frente a su responsabilidad

El Papa interpela a un Occidente temeroso
El Papa interpela a un Occidente temerosoALESSANDRO DI MEOAgencia EFE

El viaje de Su Santidad a Irak, arriesgado como pocos, servirá, sin duda, de aliento y consuelo para la martirizada comunidad cristiana sirio-caldea, la más antigua del mundo, y como reconocimiento al valor, la perseverancia y la fidelidad a la Iglesia de unos hombres y mujeres que han sufrido, y sufren, persecución y muerte, que han visto la destrucción sistemática de sus pueblos y aldeas, de sus templos. Unas gentes forzadas al exilio, a la renuncia de sí mismos por razón de su fe, pero, también, como el resto de sus compatriotas, víctimas de los horrores de la guerra en su condición de iraquíes.

Sabe Francisco, de ahí su empeño en esta visita apostólica, que los católicos de Nínive, los que aún se expresan en arameo, están en trance de desaparecer como comunidad. Que del millón y medio de cristianos que vivían en el país antes de la caída de Sadam Husein apenas quedan 250.000, muchos de ellos dispersos y traumatizados, malqueridos de las autoridades locales y a merced del capricho de las milicias chiitas, el mal menor, por otro lado, que se encargan de la seguridad interna en una región donde los extremistas del Estado Islámico, ellos sí, sin frenos morales, todavía actúan. Y sabe Francisco que no es posible desvincular el futuro de estos fieles, su mera supervivencia, de la evolución hacia la paz y la estabilidad política del propio Irak, otra vez en el tablero del enfrentamiento entre las grandes potencias que operan en el Medio Oriente, con Estados Unidos e Irán, como antagonistas principales.

Un escenario en el que cada golpe que se cruza repercute con mayor fuerza en el bienestar de las minorías religiosas. Por ello, ayer, el Papa, en su primer discurso oficial ante el presidente Barham Salih, insistió en la necesidad de la reconstrucción del país, en su pacificación y progreso democrático, que no triunfará si no se combate la plaga de la corrupción, la arbitrariedad, el abuso de poder y la ilegalidad. Un proceso del que Occidente no puede quedar al margen, «bajar los brazos», en palabras de Francisco, como si tanto sufrimiento, tanta sangre derramada, no nos concerniera.

Porque en el riesgo que toma el Papa –se han desplegado 10.000 soldados para su protección– no es posible disimular la recriminación a unas democracias que comparten valores de raíz cristiana, pero que parecen acobardadas frente a su responsabilidad. Que han mirado para otro lado, enredadas en malas excusas geoestratégicas, mientras se producía el exterminio de cristianos, yazidíes, coptos y drusos. Las exhortaciones de Francisco, su cercanía a los grandes líderes religiosos musulmanes, servirán, hay que confiar en ello, para mejorar la situación de los católicos iraquíes, sobre quienes ha puesto el foco. Pero el Occidente cristiano tiene que hacer su parte.