Editoriales
Hay que salvar a los auxiliares afganos
La inicua retirada ordenada por Biden amenaza con un baño de sangre talibán
No parece que sea una cuestión muy compleja para las autoridades españolas determinar cuántos ciudadanos afganos trabajaron como auxiliares de las Fuerzas Armadas a lo largo de los diecinueve años que se prolongó nuestro despliegue militar en el país, tanto en el marco de la ISAF como, posteriormente, en la misión OTAN «Resolute Support», abruptamente finalizada por decisión de la Casa Blanca. Una vez identificados correctamente, ellos y sus familiares directos, deberían ser acogidos por España, no importa la fórmula legal a la que se recurra, no sólo por meras razones de humanidad, sino porque sus labores desempeñadas al servicio de las fuerzas internacionales, ya fuera como intérpretes, guías, cocineros, sanitarios y personal de limpieza, llevadas a acabo de acuerdo con el gobierno legítimo de Kabul, han sido calificadas por los insurgentes talibanes de «actos contrarios a la patria y a la fe islámica», lo que indica a las claras el probable fin que les espera.
Y no es, desafortunadamente, que se disponga de mucho tiempo para tomar una decisión –que, por otra parte, ya tiene precedentes, porque España ya se trajo a varios traductores y sus familias en 2014, tras el abandono de la base de Badghis– porque el avance de los talibanes parece imparable, frente a unas fuerzas gubernamentales afganas que han sufrido miles de bajas y que tuvieron que aceptar que Washington negociara con los insurgentes, excluyendo al gobierno legítimo de Kabul y sin exigir garantías palpables del cumplimiento de los acuerdos alcanzados. La reducción del apoyo militar directo norteamericano, tanto aéreo como terrestre, dio una fuerte ventaja a los talibanes, rematada con la inexplicable, cuando no inicua, decisión del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, de adelantar los plazos de la retirada, lo que supuso el derrumbe de la ya escasa moral de las fuerzas gubernamentales.
Todo apunta a una reedición del fiasco vietnamita y camboyano, cuando los Estados Unidos acabaron por tirar la toalla y dejaron a merced de las terribles represalias de los comunistas a millones de personas. Ahora, Washington podrá excusarse, ya lo hace, en la corrupción galopante de las autoridades afganas para justificar lo injustificable. Pero millares de niñas, que pudieron ir a la escuela; mujeres, que pudieron desarrollar una vida profesional; periodistas, que abrieron cauces a la libertad de expresión, y simples ciudadanos quedan, de nuevo, a merced de la barbarie islamista.
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