Editoriales

Presupuestos cada vez menos creíbles

La última revisión del FMI sobre la evolución de la economía española supone, sin duda, un jarro de agua fría a las previsiones de crecimiento del Gobierno que, además, en esta materia se ha visto recientemente corregido por la OCDE, el Banco de España y el propio Instituto Nacional de Estadística (INE), en una línea de análisis coincidente que debería, cuando menos, llamar a la reflexión sobre la idoneidad de una Presupuestos Generales del Estado, en trámite de aprobación parlamentaria, que parten de tasas de incremento del PIB demasiado optimistas.

Se argüirá que el FMI ha rebajado sus previsiones bajo el impacto emocional de un repunte de la pandemia asociado a las bajas tasas de vacunación de muchos países, lo que no se corresponde con nuestra situación sanitaria. Pero aún dando por válido tal argumento, lo cierto es que la economía española, en su conjunto, no ha conseguido despegar al mismo ritmo que las de los países de nuestro entorno –notablemente, Francia e Italia, por no hablar de la brutal recuperación que presenta Irlanda–, pese a que España partía de la mayor caída del PIB mundial, cerca del 11 por ciento, y se presumía de que iba a ser la que más disparara su crecimiento en 2021.

No sólo no ha sido así, sino que hay dudas razonables sobre la durabilidad de las previsiones del FMI, por cuanto en la misma institución no hay acuerdo sobre el rumbo y la intensidad que pueda adquirir el proceso inflacionario mundial, con los precios de la energía y de los combustibles de automoción disparados. Si bien, sus expertos se inclinan por afirmar que en España, como en Alemania o Reino Unido, las hipotéticas subidas de los precios apenas se trasladarán a los salarios, evitando caer en la clásica espiral inflacionaria, contra la que se ha puesto en guardia el Banco Central Europeo, nadie puede asegurar que no pueda producirse esa tormenta perfecta que suponen unas bajas tasas de crecimiento con una alta inflación.

En cualquier caso, lo llamativo y, por ende, muy preocupante, es la política de oídos sordos de nuestro Gobierno ante las llamadas a la prudencia de la mayoría de los actores económicos y financieros internacionales. Es más, la reacción, ayer, del secretario de Estado de Economía, Gonzalo García, ante la rebaja del FMI, fue la de agarrarse a las mejores previsiones de 2022, como si éstas estuvieran grabadas en granito, lo que no es verdad, entre otras cuestiones, dadas las malas perspectivas que presenta el mercado laboral para los próximos dos ejercicios. Porque lo cierto es que, incluso, dando por válidos los cálculos del Gobierno respecto a la llegada en tiempo y forma de los fondos de Reconstrucción europeos, lo que todavía está por ver, es que los Presupuestos son cada vez menos creíbles. Se nos dirá, desde el cinismo, que las cuentas públicas nunca se hacen para cumplirse, pero una cuestión es que haya los lógicos desajustes posteriores y otra muy distinta es que desde el propio Gobierno se tomen como un brindis al sol.