Editorial

La democracia no se sostiene por sí sola

El discurso que, ayer, pronunció Su Majestad en la solemne ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias no sólo iba destinado a glosar los notables merecimientos de los galardonados, sino que contenía en su augusta palabra un mensaje de advertencia al conjunto del pueblo español que, sin duda, será interpretado desde el sectarismo excluyente de un amplio sector de nuestra clase gobernante como una crítica, poco velada, a la actual situación de tensión política por la que atraviesa la nación. Y, ciertamente, es difícil sustraerse a esa interpretación cuando la opinión pública asiste entre asombrada e incrédula a las operaciones de descrédito de los órganos judiciales que lleva a cabo la izquierda antisistema o al cuestionamiento de nuestro ordenamiento constitucional, incluso, desde las mismas instituciones autonómicas a las que dota de legitimidad.

Sin embargo, no creemos que haya que buscar en las palabras de Don Felipe VI otra intención que la expresada, en una lectura recta de un discurso que, necesariamente, por el escenario y el tiempo, partía de la referencia a una situación excepcionalmente grave como ha sido la pandemia de coronavirus que ha azotado al mundo, que es una amenaza permanente y, sobre todo, que ha tensionado al máximo la armadura democrática de unas sociedades del bienestar, como la española, que, de pronto, han descubierto su fragilidad. Así, el Rey, en la línea de intervenciones anteriores, ha preferido poner en valor el esfuerzo, la entrega, la generosidad de quienes lucharon en primera línea contra la enfermedad, así como el comportamiento cívico y el espíritu de unidad demostrado por la mayoría de los ciudadanos.

Pero, y aquí la adversativa es importante, sin pretender ocultar, todo lo contrario, que la emergencia sanitaria y la crisis económica asociada, han hecho asomar por el horizonte sombras preocupantes para la convivencia. De ahí, que tras el panegírico de unos hombres y mujeres excepcionales, Don Felipe retomara el eje argumental de su intervención: la fragilidad de los valores democráticos, que no nos vienen dados, y cuyo vigor y vigencia exigen siempre una defensa permanente, constante y consciente. De que el futuro depende del cumplimiento de los deberes individuales, también el de la lealtad a nuestro país, y de la solidaridad y cohesión de una sociedad organizada en nación, que necesita, en palabras textuales del Rey, «de la serenidad y el sosiego que den firmeza a nuestros pasos».

Como ya hemos señalado, algunos podrán ver en esos reclamos la denuncia del excesivo ruido partidista que altera la normal acción política. Es una interpretación legítima, pero, en cualquier caso, no incide en el núcleo del Real discurso. El que se refiere, dando continuidad a lo que constituye la esencia de su reinado, a la unidad de una nación de profundas raíces, que es, además, el fundamento de la convivencia en paz y libertad.