Editorial
Es absurdo derogar lo que funciona
S i bien, en las actuales circunstancias, las estadísticas del paro registrado no reflejan la realidad del mercado laboral –con casi 200.000 trabajadores españoles inscritos en los ERTE y, por lo tanto, excluidos del cómputo global de desempleados–, lo cierto es que los datos del SEPE referidos a octubre, que dan cuenta del mejor mes a efectos de contrataciones desde que existen registros, es decir, desde hace 46 años, muestran una reactivación de la economía sostenida en el tiempo. Como era de esperar, los servicios de propaganda gubernamental han lanzado las campanas al vuelo, insistiendo en que, con la caída de octubre, el desempleo suma ocho meses consecutivos de descensos, con una reducción acumulada de 751.721 parados, lo que supone otra situación «inédita» en los registros.
Que la publicación de estos buenos datos, sin querer entrar en matices, haya coincidido con el debate parlamentario de los Presupuestos Generales explica la euforia de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, pero deja en el aire una contradicción en términos sin solución de continuidad. Nos referimos, por supuesto, a que esos registros «históricos» en la evolución del desempleo se han producido, precisamente, bajo el marco de la reforma laboral de 2012 que ahora se pretende derogar. Ciertamente, parece un absurdo acabar con una ley que está demostrando su eficacia en unos momentos de dificultad extraordinaria, como se demuestra, sin ir más lejos, con la figura de los ERTE, en lugar de profundizar en la línea de flexibilización y modernización del mercado de trabajo, que representa su mayor fortaleza y que, pese a la demagogia al uso, no tiene porqué suponer la precarización de las condiciones laborales, especialmente, en un sistema de libre competencia empresarial, que, a la larga, castiga a quienes basan exclusivamente su oferta en los bajos sueldos.
Todo lo contrario, la experiencia demuestra que el mayor desarrollo del tejido productivo en las modernas economías occidentales, donde prima la calidad y la innovación, es la máquina que tira al alza de los salarios. Nos hallamos, pues, ante el empeño de una izquierda radical e inmovilista, que parte de los mismos presupuestos ideológicos que, con las rigideces del sistema laboral anterior, habían hecho de la economía española una máquina de destrucción de empleo en cuanto se presentaba la primera coyuntura desfavorable. Por supuesto, cuando un país, como es el caso español, presenta las peores tasas de paro de Europa, es absolutamente necesario hacer reformas, pero éstas deben ir hacia la mejor formación de las generaciones jóvenes y, sobre todo, en la mayor facilidad de las iniciativas empresariales, que demandan un campo de juego mucho más ágil. Porque, al final, son los empresarios, los que emprenden, los verdaderos motores de la creación de empleo.
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