Editorial

Exigencia de unidad ante un final de ciclo

El Partido Popular afronta un final de ciclo sobrevenido y desde la mayor exigencia de unidad. Habrá tiempo para analizar las causas que han llevado a este desenlace, pero, una vez más, debemos reclamar que la prudencia y la generosidad recuperen su lugar en un proceso que, sin duda, los adversarios políticos tratarán de utilizar para seguir desgastando al único partido que puede desalojar del poder a la actual coalición de socialistas y comunistas.

En este sentido, hay que valorar en su justa medida que la mayoría de los integrantes del equipo de Pablo Casado hayan dimitido de sus cargos orgánicos, destrabando el camino de la sucesión, que debería seguir escrupulosamente las normas previstas en los estatutos. Así ha ocurrido con el secretario general, Teodoro García Egea, quien, pese a todo, ha cumplido su papel en esta etapa que termina, contribuyendo a relanzar la formación popular tras la debacle de la moción de censura que tumbó al gobierno de Mariano Rajoy, cogido de sorpresa, y que supuso un daño mayor para el partido. García Egea, como la mayoría de sus antecesores en la Secretaría General, ha tenido que tomar decisiones de organización impopulares, velando por el cuadro de conjunto, frente a las posiciones –y las legítimas ambiciones–, de unos líderes regionales con problemas propios.

Por supuesto, no es posible ocultar que la pugna, con independencia de su resultado final, ha dejado heridas en el seno de la familia popular que no serán fáciles de restañar y cuyo alcance nadie está en condiciones de aventurar. En cualquier caso, llevar al extremo la dinámica de vencedores y vencidos no ayudará en nada, puesto que quien suceda a Pablo Casado no sólo tendrá que reparar lo que se ha roto, ya que hablar de refundación parece a todas luces exagerado, sino conseguir un nuevo cierre de filas para afrontar la principal tarea, que es, hay que insistir en ello, ganar las próxima elecciones generales y corregir la perniciosa deriva que vive España, atosigada por unas políticas económicas y sociales que lastran gravemente sus posibilidades de recuperación.

Porque aunque sea caer en angelismos –mucho más cuando todavía se escuchan los ecos del fragor de la batalla y el ruido insistente desde la izquierda de unos adversarios dispuestos a no dejar escapar la pieza–, la celebración del Congreso extraordinario, que, seguramente, convocará la Junta Directiva Nacional, con una más que probable candidatura de Alberto Núñez Feijóo, un político de solvencia probada y general aceptación, que genera consenso entre las distintas sensibilidades de la familia popular, puede servir de revulsivo para relanzar a la principal formación del centro derecha ante una opinión pública que, antes de la insensata peripecia, perecía augurar en las encuestas otro cambio de ciclo político, pero, esta vez, en La Moncloa.