Editoriales

El legado imborrable de un gran Rey

La Fiscalía, tras una exhaustiva investigación que se ha prolongado más de cuatro años, ha decidido archivar todas las causas en las que el Rey Don Juan Carlos figuraba como investigado. Sin duda, será inevitable que se sucedan los juicios de valor sobre la decisión del Ministerio Público, pero nadie puede mantener que los fiscales encargados del caso no hayan llevado a cabo sus indagaciones desde los principios de legalidad, imparcialidad, unidad de actuación y dependencia jerárquica que rigen su labor.

Por supuesto, la decisión de archivo no disuadirá a quienes no han tenido el menor empacho en utilizar el caso para llevar a cabo una de las campañas más groseras contra la institución de la Corona de las que hay reciente memoria. Pero por más que no nos duelan prendas a la hora de reconocer los errores cometidos por el anterior Jefe del Estado, sí debemos recalcar que ninguno de los supuestos delitos que constituyeron el grueso de la campaña difamatoria se sostenía en el menor indicio, como se desprende de la lectura de los decretos de archivo firmados por el fiscal jefe de Anticorrupción, Alejandro Luzón.

Sería caer en angelismos si pretendiéramos que los impulsores de estos ataques a la Monarquía, que han saltado olímpicamente sobre cualquier noción de la presunción de inocencia, van a retractarse o, siquiera, ponderar en sus justos términos los hechos acaecidos, pero no es lo que más importa, puesto que detrás de la inicua empresa lo que subyacía era la pretensión de una izquierda radical adanista, en confluencia con los independentistas, de buscar la deslegitimación de la magna obra de la Transición y del fructífero proceso de democratización de España que impulsó Don Juan Carlos y que ha hecho de nuestra nación una de las sociedades más libres, prósperas y plurales del mundo. Ese es el legado imborrable de un gran Rey y es lo que permanecerá a lo largo de los siglos en la memoria de la inmensa mayoría de los españoles.

Porque la España actual, con todas sus imperfecciones, no puede entenderse sin la actuación decidida y valiente del viejo Rey, que supo encarnar la voluntad de libertad y progreso de un pueblo que retomaba su propio destino tras una terrible contienda civil y una larga dictadura. Y lo hizo desde el principio de la reconciliación, pero, también, desde la defensa a ultranza del sistema democrático, cimentado en la Constitución. Nadie, desde la más mínima honradez intelectual, podrá poner un pero al papel que desempeñó la Corona en la nada fácil lucha por la consolidación de las libertades. Porque fue, sin duda, una tarea común, pero que no estuvo exenta de ataques brutales, continuados en el tiempo, como el terrorismo etarra, que buscaban la desestabilización del proceso democrático. Por supuesto, Don Juan Carlos, como cualquier figura pública, ha cometido errores, pero éstos nunca podrán empañar una trayectoria de calado histórico.