Editorial
Es absurdo seguir financiando a Putin
Las imágenes estremecedoras de las víctimas civiles de la localidad ucraniana Bucha –muchas de ellas maniatadas y con un disparo en la nuca, y con signos de violación en el caso de algunos cadáveres de mujeres hallados en las cunetas–, no sólo han sacudido la conciencia de la sociedad occidental, sino que son un heraldo, terrible, de la matanza y destrucción que aguardan a Ucrania y a sus gentes mientras el presidente ruso, Vladimir Putin, se empeñe en doblegar a una nación soberana, de cuya voluntad de resistencia quedan muy pocas dudas.
Ante esas muestras de la crueldad y la cobardía de unas tropas vencidas y en retirada, la Unión Europea y Estados Unidos debaten la necesidad de incrementar el apoyo militar al gobierno de Kiev y, al mismo tiempo, intensificar el peso de las sanciones económicas y financieras impuestas al Kremlin. Ambas medidas son absolutamente necesarias, pero no parece que vayan a ser suficientes para llevar a Moscú al desistimiento. Sólo el bloqueo total de las exportaciones de gas e hidrocarburos rusos hacia los mercados de la Unión Europea, que, no lo olvidemos, suponen la mayor parte de los ingresos fiscales de Rusia, puede forzar el proceso de toma de decisiones de Putin.
El debate está sobre la mesa de la Comisión Europea desde hace semanas, pero encuentra la firme oposición de la Alemania, cuya dependencia energética de Rusia hace especialmente vulnerable a su economía. Por supuesto, no es tiempo de recriminaciones, pero sí es lícito recordar que fueron muchas las voces, dentro y fuera de Alemania, que advirtieron a los distintos ejecutivos germanos sobre el riesgo que suponía desmantelar las centrales nucleares y de carbón, para pasar a depender de las importaciones de gas ruso. Aun así, los países de la UE disponen de suficientes instrumentos financieros y mecanismos de solidaridad para ayudar a Berlín a tomar la única decisión lógica, incluso reconociendo que la ambiciosa política de descarbonización frente al cambio climático debe atemperarse, al menos, mientras dure la actual crisis energética, que golpea duramente al conjunto de las economías europeas.
No es, desde luego, con medidas parciales, como la intervención de la filial germana de Gazprom, como podrá disuadirse a Putin de sus propósitos. Y no conviene llevarse a engaño con las victorias militares de las fuerzas ucranianas, que están comportándose más allá del deber, porque las capacidades militares de Rusia están muy lejos de acabarse. De ahí, que haya que insistir en el absurdo que supone apoyar a Kiev con envíos millonarios de armas y, al mismo tiempo, seguir financiando la maquinaria de guerra rusa. La pandemia nos enseñó que, frente a las circunstancias extraordinarias, no hay reglas inamovibles. Toca ahora volver a aplicar las lecciones aprendidas con tanto sufrimiento.
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