Editorial

Macron, continuismo sin entusiasmo

Macron confrontará con una nación en creciente descontento en la calle por el impacto de la inflación en el coste de la vida y las disfunciones de un Estado cada día menos eficiente y resolutivo

Emmanuel Macron se ha convertido en el primer presidente de Francia en revalidar la magistratura desde 2002. Como hace un lustro, ha vuelto a dejar atrás en la carrera por el Elíseo a Marine Le Pen, aunque la lectura del resultado sea desigual. Los números han reflejado que los automatismos de los electores para impedir el acceso a la Presidencia de una opción radical se han conducido con eficiencia, pero sin la intensidad ni el volumen de años atrás. Los votos de las opciones políticas que no pasaron la primera vuelta han respondido sin entusiasmo y con recelo hacia el triunfador, cuyo desgaste ha sido sonoro con una pérdida de apoyos que fragiliza su figura. El cuerpo electoral galo ha evolucionado sin complejos.

Pese a la derrota, Le Pen ha pavimentado otro trecho hacia el poder de la alternativa que representa con un avance notable, la encarne quien la encarne en cinco años. Su movimiento se ha convertido en un partido más. Ha minimizado reparos pretéritos y ha suavizado las aristas más molestas. Buena parte del electorado le ha perdido el miedo aunque el techo de un proyecto controvertido y confuso, con recetas entre populistas, estatistas e intervencionistas que recelan de la libertad y de sus valores, parece insuficiente para seducir mayorías.

Los franceses han apostado en esta segunda vuelta de las Presidenciales por el continuismo de Macron, el del gobernante testado. Las sensaciones han sido que, más que refrendar por convencimiento al aspirante de La República en Marcha, se ha rechazado a la candidata de Reagrupación Nacional, que la balanza se ha inclinado por eliminación. La gran abstención y la desmovilización han sido la expresión del descontento y el desapego con el inquilino del Elíseo y con la clase política en general. Sea como fuere, la segunda economía de la Unión Europea ha quedado en manos de un europeísta, teóricamente moderado, que en tiempos convulsos provocados por la guerra, la crisis financiera y veremos también si por el regreso o no del coronavirus, se alza como un factor de estabilidad.

Macron confrontará con una nación en creciente descontento en la calle por el impacto de la inflación en el coste de la vida y las disfunciones de un Estado cada día menos eficiente y resolutivo que se han traducido en peligrosas cotas de desigualdad y precariedad en las clases medias y en los jóvenes, a los que el presidente de la República no ha dado respuesta, y que incluso han hecho palidecer la buena hoja de servicios del gobierno con evolución favorable del PIB, el paro e incluso los precios, que han subido bastante menos que en países vecinos como España. Esa desconexión con las capas populares y medias de Macron y las siglas tradicionales explicó que más del 50% de los franceses se decantaran por candidatos radicales, a izquierda y derecha, en la primera vuelta. La polarización será fuente de tensiones.

Los rigores de la pandemia y su perfil de estadista en el conflicto de Ucrania han alimentado la popularidad del presidente, pero el desafío de las grandes reformas estructurales inaplazables que siguen pendientes, con las pensiones al frente, pondrá a prueba su carácter y su liderazgo en tiempos turbulentos para Francia y Europa.