Editorial

La batalla por la vida nunca termina

El hecho, sin precedentes conocidos, de que se haya filtrado una propuesta de resolución en la Corte Suprema de los Estados Unidos, todavía en fase de debate interno, habla por sí mismo de la trascendencia social, jurídica, política e, incluso, moral de una decisión que, en cierto modo, cuestiona el aborto como un derecho fundamental.

De pronunciarse la sentencia del Supremo en el sentido previsto, los estados que componen la federación estadounidense recobrarían la libertad legislativa que se les arrebató en 1973 para limitar o prohibir, en su caso, la interrupción voluntaria del embarazo, en la línea que vienen reclamando desde hace más de una década varios estados de mayoría republicana, respaldados en las urnas por una opinión pública que no se resigna frente a esa ideología de la muerte que no sólo pretende hacer del aborto un derecho, sino que ve insensiblemente, cuando no lo promociona, como esa práctica, que casi siempre deja secuelas, se ha convertido en un método anticonceptivo más.

Hablamos, en el caso de Estados Unidos, de 700.000 abortos anuales –en España la cifra ronda los 100.000 cada año–, que son otras tantas tragedias íntimas, símbolo de un equivocado concepto del progreso de las mujeres en la sociedad. En este sentido, a nadie se le escapa que una decisión de tal naturaleza, tomada por parte de unos jueces sin ataduras políticas de ningún tipo, porque son elegidos vitaliciamente, significa poner en cuestión uno de los dogmas más acendrados del feminismo progresista, pero, también, de la mayoría de las formaciones de la izquierda, que se disponen a dar la batalla por todos los medios a su alcance, como demuestra, hay que insistir en ello, la filtración del dictamen del juez Samuel Alito.

Filtración producida no tanto como medida de problemática presión sobre la Corte Suprema, sino para conseguir la mayor movilización posible del voto de los demócratas en una tesitura, la de las elecciones legislativas de medio mandato, con encuestas muy poco propicias a los intereses del inquilino de la Casa Blanca. Ello explica que el presidente norteamericano, Joe Biden, que se declara católico, haya salido inmediatamente a la palestra, otorgando, de paso, veracidad a lo publicado, con la propuesta de una ley federal que blinde jurídicamente el aborto en todo el territorio de los Estados Unidos, una vía que exige una mayoría en la Cámara de la que, de momento, no dispone. Los demócratas, pues, enarbolarán la bandera del aborto, que vuelve al primer plano político en plena campaña electoral.

Pero, a modo de reflexión final, la decisión que puede tomar la Corte Suprema de los Estados Unidos significa que la batalla por la vida nunca termina. Comenzó hace más de veinte siglos, fue señal de liberación y continuará todo el tiempo que haga falta porque el derecho a la vida es el fundamento de todo.