Editorial

Una izquierda sin rumbo ni proyecto

En Andalucía, la suerte aún no está echada, aunque la alternativa de una izquierda cohesionada se ha frustrado y, en realidad, el efecto Yolanda Díaz ha resultado incapaz de concentrar opciones

El folletín que ha consumido las opciones de que la ultraizquierda acudiera unida a las elecciones autonómicas en Andalucía es el penúltimo capítulo de un culebrón que ha embridado ese espacio a un bucle declinante. Que la refriega por el poder y el cabeza de lista de esa plataforma que prometía reverdecer laureles entre la facción podemita y la encabezada por Yolanda Díaz provocara una entrega de documentación fuera de plazo y la consiguiente nulidad de la coalición con los morados prueba hasta qué punto los personalismos han pesado sobre el interés general y el de los potenciales votantes. Ha sido precisamente la soberbia, el hiperliderazgo, el cesarismo y el cainismo consiguiente lo que ha desembocado en esa pérdida de conexión, empatía y apego con la gente que han lastrado sus opciones y el potencial de un proyecto impopular. Ha faltado autocrítica y asunción de responsabilidades por las contumaces derrotas, a las que se ha respondido con la práctica de una endogamia de casta realmente extemporánea y frívola. Las luchas intestinas, que han trufado el movimiento de una ausencia de lealtad, han sido una constante en la extrema izquierda española, experta en purgar y apartar a todo foco minoritario y aquel que se atreviera a disentir de la nomenclatura. El trompazo administrativo andaluz, ciertamente incomprensible e insólito, que refrenda que la izquierda suma poco y suma mal, agiganta sus dificultades para recuperar aliento y moral, pero sobre todo es una presentación brumosa de la iniciativa de Yolanda Díaz y su nuevo espacio a la siniestra del PSOE. En realidad, la vicepresidencia había sido prudente y se había mantenido entre bastidores hasta la fecha para que los reveses electorales no computaran en su debe. En Andalucía, la suerte aún no está echada, aunque la alternativa de una izquierda cohesionada se ha frustrado y, en realidad, el efecto Yolanda Díaz ha resultado incapaz de concentrar opciones, sino más bien lo contrario, porque la fragmentación condicionará a ese espectro ideológico. Ha sido significativo y un rasgo no menor que el bloque de Unidas Podemos, Más Madrid y todo ese contubernio haya adolecido de una mínima inteligencia política e incluso emocional tras las elecciones en el País Vasco, Galicia, Madrid o Castilla y León, amén de las últimas generales, y se hayan ratificado en un discurso, una estrategia y unos usos políticos chirriantes y refractarios para los españoles. Yolanda Díaz se habría propuesto alterar ese rumbo, pero con brío descriptible, colaboradores poco ilusionantes y un discurso con trazas de cualquier cosa excepto de novedoso para ilusionar a mayorías. Que esta izquierda antisistema, con sus recetas anacrónicas, esté cada día más débil y con adhesión popular menguante es la justa consecuencia de un paso que elevó la toxicidad de la política y de su pobre capacidad de gestión. Quieren sobrevivir, mientras combaten entre ellos. Será difícil. Afortunadamente.