Editorial
La victoria que Rusia no celebrará
El discurso de Putin pareció más bien una señal de debilidad del Kremlin ante un escenario de desgaste que no habían contemplado en ninguna de sus previsiones
El desfile anual del Día de la Victoria en Moscú ha sido tradicionalmente una efeméride aprovechada por los sucesivos inquilinos del Kremlin para la agitación y la propaganda de la enormidad de la nación y su historia orgullosa, su colosal poder y dar rienda suelta, en suma, a los delirios de grandeza de una potencia nuclear quebrada por el desplome del comunismo y su tóxico legado. El de ayer mantuvo en esencia su carácter como instrumento de exhibicionismo militar y coactivo –10.000 soldados en la Plaza Roja, nada menos–, aunque su capacidad operativa real haya quedado en evidencia en las tierras de Ucrania. La agresión a esa nación soberana lo impregnó todo en la jornada en la que Rusia conmemoraba el triunfo aliado –que se apropia para la Unión Soviética– frente a la Alemania nazi, desde la parada castrense a los discursos, si bien con sustancial diferencia y afectados por el inesperado desarrollo de la guerra, la enormidad de bajas de los militares de Moscú y el negro balance a día de hoy de una invasión que ha devuelto al mundo a un pretérito enfrentamiento de bloques y lo ha colocado al borde del colapso político, institucional, económico y puede que hasta bélico. Se había especulado con las palabras de Vladimir Putin sobre la posibilidad de algún nuevo golpe en la mesa, que podría alcanzar incluso a una declaración de guerra formal a Ucrania. No fue así. Se centró en justificar su ataque a una nación libre sin previo aviso ni provocación y en argumentar ante su pueblo y el orbe una suerte de actuación preventiva, pues enfatizó que Occidente «preparaba la invasión» de Rusia y que la OTAN ultimaba una «amenaza» en las fronteras de su país. «Cada vez era más peligroso, teníamos que hacer esto (atacar Ucrania) y era lo único que se podía hacer». Fue significativo que todas las referencias de la intervención se circunscribieran al Donbás y no al conjunto del territorio de Kiev, como si hubiera interiorizado con resignación el fracaso absoluto de su plan original de guerra relámpago y que su maquinaria militar había resultado incapaz de imponerse. El evidente repliegue en la belicosidad de fondo de Putin, más allá de cierto artificio de fogueo en la retórica para consumo interno, pareció más bien una señal de debilidad del Kremlin ante un escenario de desgaste que no habían contemplado en ninguna de sus previsiones y de cansancio interno e incluso de contestación ante un conflicto que iba a ser un paseo imperial para las invencibles fuerzas de Putin y se ha transformado en un infierno en el que los muertos y los heridos rusos se cuentan ya por miles e incluso por decenas de miles. Lo peor del panorama en el este europeo es el peligro creciente de bloqueo, de una confrontación prolongada en la que Ucrania sienta que puede ganar desde la resistencia y Rusia se sienta derrotada en la ocupación de una franja limitada del territorio y no lo acepte. Mientras, el mundo involucionará y la vida de los ciudadanos empeorará. Todo ello sin que se atisbe ni el cómo ni el cuándo callarán los cañones.
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