Editorial

El absurdo de conceder victorias a la izquierda

Una segunda vuelta electoral en Extremadura sería un gran error que facilitaría otra oportunidad a la izquierda que no se merece

En política, como en casi todas las facetas de la vida, es más rápido y sencillo destruir que construir, que suele ser un proceso exigente y sacrificado, fruto de un esfuerzo mantenido en el tiempo. En Extremadura, el Partido Popular y Vox no han sido capaces de encontrar un acuerdo siquiera de mínimos, lo que ha posibilitado que Blanca Martín Delgado, del Grupo Socialista, ocupe la Presidencia de la Asamblea regional en esta XI Legislatura. En el periodo llamado a consagrar el cambio político en la comunidad condenada al furgón de cola del Estado, el preámbulo ha resultado un fiasco incomprensible. Es más, la retórica frentista de los partidos del centroderecha para justificar el papelón de ayer en la Cámara abre la puerta de par en par a la repetición electoral como única salida a un escenario de bloqueo. La trifulca política es un desahogo derivado de la frustración consiguiente, pero que poco o nada aporta a las urgencias y las necesidades de los ciudadanos, que son el primer y casi único deber y obligación de sus representantes públicos. El PSOE tiene razones para sentirse aliviado entre tantas heridas abiertas en unos comicios desastrosos para sus intereses, especialmente si la pírrica hazaña se ha debido a deméritos ajenos. En este contexto, la renuncia con freno y marcha atrás de Guillermo Fernández Vara tras las autonómicas puede disparar las elucubraciones y las esperanzas socialistas de forma insólita. El episodio de la derecha extremeña se ha desmarcado de una secuencia negociadora en otras administraciones regionales con variables específicas, pero en líneas generales con el tono y las actitudes adecuados, al servicio del cambio conforme al mandato de los votantes. A nuestro juicio, las responsabilidades de esta calamidad están claras. El Partido Popular de María Guardiola ha tendido la mano con una propuesta, la presidencia de la Asamblea extremeña, que reconoce el peso en la aritmética política de una formación como Vox que ha logrado cinco escaños de 65, con poco más del 8% de los sufragios. El encastillamiento de estos en un no rotundo, en la exigencia de consejerías a cambio de sus votos a un partido que quintuplica su representación, ha sobrepasado cualquier guion razonable que no supusiera supeditar los intereses generales de los extremeños a anhelos menores. El partido de Santiago Abascal ha forzado un pulso irresponsable y absurdo en la que todas las partes pierden, excepto la izquierda, lo que debería haber sido un elemento de peso en la toma de decisiones. No es tarde, por supuesto, para que Vox recapacite y se abra a una negociación sensata y realista sobre políticas que viren 180 grados la realidad extremeña y respondan a los apuros y las emergencias de la gente. Como ha sucedido en otros territorios. Una segunda vuelta electoral sería un gran error que facilitaría otra oportunidad a la izquierda que no se merece.