
Editorial
En efecto, vamos a la guerra más estúpida
No es cuestión de bajar los brazos ante la arbitrariedad de un mandatario que actúa desde los estereotipos y culpa al extranjero de un desequilibrio comercial labrado a pulso por las propias dinámicas estadounidenses.

Sin entrar en lo insólito del discurso victimista del presidente de la primera potencia del mundo, Donald Trump confirmó ayer que piensa llevar adelante el eje de su programa electoral. Lo de menos es la convicción general de que el principal perjudicado va a ser, precisamente, el gigante norteamericano, porque el daño va a alcanzar a todos y de manera absolutamente gratuita y banal.
Por supuesto, no es cuestión de bajar los brazos ante la arbitrariedad de un mandatario que actúa desde los estereotipos y culpa al extranjero de un desequilibrio comercial labrado a pulso por las propias dinámicas de la economía estadounidense. Pero se equivocará Europa, el tercer mercado más importante del mundo, si se deja arrastrar a la guerra más estúpida de la historia, como bautizó la prensa norteamericana al conflicto arancelario desatado por Donald Trump.
Dicho de otro modo, habrá que articular las inevitables represalias aduaneras, pero con sumo cuidado de no pegarse un tiro en el pie y encarecer la importación de suministros y materias primas indispensables para el buen funcionamiento de la economía continental y, sobre todo, entendiendo que la Unión Europea tiene en el cambio de paradigma del modelo de comercio que impone Trump una oportunidad de oro para avanzar en la conformación de un mercado único, en línea con la estrategia planteada por el ex presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi.
Entendemos las dificultades de afrontar un cambio que chocará con intereses nacionales firmemente arraigados, vestigios, en realidad, de unas economías muy estatalizadas y mediatizadas por las estructuras políticas, pero junto al fuego graneado de los aranceles recíprocos, Europa debe abordar la creación de una unión bancaria e inversora sin las actuales trabas regulatorias, la puesta en marcha de un mercado energético liberalizado, frente a la fragmentación actual y los problemas de interconexión; el exceso de regulaciones particularistas de la economías digital, la industria farmacéutica y la agricultura, por citar algunos ejemplos de un modelo con demasiadas trabas propias como para llevar a cabo el salto adelante que exigen las circunstancias cambiantes del orden internacional.
Se nos dirá que hablamos de proyectos a medio plazo cuando en lo inmediato está la amenaza de cierres y ajustes de sectores claves como el automóvil, la industria agropecuaria, la siderurgia o la química, y es cierto. Pero si solo actuamos con meros alivios en forma de ayudas y subsidios con programas sufragados con dinero público, como los ERTE, estaremos poniendo parches. Medidas de urgencia, sin ninguna duda, pero al mismo tiempo, mayor integración del mercado europeo, industrial y de servicios financieros, que potencia una economía de más de 450 millones de ciudadanos. Lo demás es ir a remolque de la estupidez.
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