Editorial
Golpe a ninguna parte que socava el Kremlin
El escenario ha resultado extremadamente alarmante por el grado de descontrol y aparente descomposición de la seguridad y el orden internos en un país que ha presumido de lo contrario
El fantasma de la guerra civil en Rusia ha recorrido las carreteras del país durante cientos de kilómetros. Son los que cubrieron las unidades de Wagner después de que su líder Yevgueni Prigozhin se declarara en abierta rebelión y amenazara con tomar el poder en Moscú. A última hora de la tarde, y por sorpresa, frenó el avance y ordenó el repliegue a las bases de partida en el sur tras una supuesta mediación de Bielorrusia. Veremos cuál será el desenlace definitivo y las consecuencias para todos los actores en juego. Pero ni Putin ni Rusia ni su ejército han salido fortalecidos de este embate de una unidad de choque que ha combatido bajo su bandera en múltiples operaciones. Es obvio que la autoridad del Kremlin ha quedado quebrantada, al igual que bajo sospecha su capacidad de respuesta para repeler una amenaza directa a la seguridad del Estado. Otra consecuencia de la asonada de Wagner ha sido el efecto dominó sobre el curso de las hostilidades en Ucrania, con las tropas de Kiev aprovechando la crisis y la desorientación para endurecer su contraofensiva. Cuesta creer que todo pueda seguir igual tras los sucesos de las últimas horas y que cada uno continúe en sus puestos. Yevgueni Prigozhin y los mercenarios Wagner que lidera han pasado de ser el brazo armado de Vladimir Putin a traidores a la patria. Prigozhin nunca ha ocultado sus desencuentros con las autoridades militares que dirigían la guerra desde Moscú y ha exigido las cabezas del jefe del Estado Mayor ruso, Valeri Guerásimov, y el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, a los que ha señalado como criminales de guerra. El «Putsch» del caudillo de Wagner, que había tomado la ciudad de Rostov del Don y se dirigía hacia Moscú en un raid sorprendentemente imparable, ha estado rodeado de muchas más sombras que luces, y el capítulo de la retirada lo opaca todavía más. Es difícil de entender que haya lanzado una operación kamikaze de manera improvisada y sin poderosos aliados, que puedan aprovechar el factor sorpresa de la revuelta armada para alcanzar objetivos todavía desconocidos. El relato de una unidad reducida en una marcha relámpago de cientos de kilómetros sin disparar un tiro en dirección a la capital parecía ficción, pero no lo ha sido. El escenario ha resultado extremadamente alarmante por el grado de descontrol y aparente descomposición de la seguridad y el orden internos en un país que ha presumido de lo contrario. El horizonte de un colapso del poder en una potencia atómica obliga a la comunidad internacional a estar en una alerta máxima. La posibilidad de que armas nucleares puedan caer en las manos equivocadas no es descabellada. La invasión de una nación soberana abrió ante el mundo un abismo al que la rebelión de Wagner, fuera lo que fuera, nos ha empujado con el rictus temible de una guerra dentro de otra guerra. Nada asegura que ese segundo frente no surja en el futuro.
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